jueves, 24 de abril de 2008

DIGNIDAD HUMANA DE LA PERSONA EN ESTADO ‘VEGETATIVO'

Richard M. Doerflinger
La noche de Navidad de 1999, la familia de Patricia White Bull en Albuquerque, NuevoMéxico recibió un regalo inesperado. Después de estar en un "estado vegetativo" supuestamente irreversible durante 16 años, la señora White Bull volvió a hablar.
"No hagas eso", dijo abruptamente cuando las enfermeras estaban arreglando su cama en el sanatorio en donde estaba. Luego comenzó a decir los nombres de sus hijos, a recordar acontecimientos familiares y a comer alimentos que hacía años no era capaz de tragar. Su madre dice que su súbita recuperación la noche de Navidad fue un regalo de Dios. (The Washington Times, 5 de enero de 2000, p. A3).
La historia de la señora White Bull no es única. En los últimos años, muchos pacientes han salido repentinamente del "estado vegetativo" –condición vagamente comprendida en la cual los pacientes tienen ciclos de sueño/alerta, pero no parecen estar conscientes de sí mismos o de su ambiente. Y de acuerdo a médicos expertos que hablaron en un congreso internacional sobre el "estado vegetativo" en marzo de 2004 en Roma, la ciencia médica apenas comienza a darse cuenta cuán poco se entiende esta condición.
El término "estado vegetativo persistente" fue acuñado en 1972. Los médicos dijeron en ese momento que los pacientes con este diagnóstico no tenían conciencia ni sensaciones, y que la recuperación era imposible luego de cierto número de meses en ese estado. Los últimos hallazgos contradicen todo eso. Resulta que los pacientes diagnosticados como que están en un estado "vegetativo" pueden tener ondas cerebrales de importancia, y una parte sustancial de su cerebro viva y funcionando. Este funcionamiento puede variar dependiendo de si hay un familiar o un amigo hablando cerca. El testimonio de muchas familias con seres queridos que están en este estado es que ellos parecen reconocer cuando están a su alrededor, y esto no puede descartarse calificándolo simplemente de ser el deseo de una esperanza. Y además, los médicos ya no están tan confiados de que pueden predecir cuántos meses o años se requieren para calificar este estado de irreversible.
El 20 de marzo de 2004, al terminar la conferencia en Roma sobre el estado "vegetativo", el Papa Juan Pablo II pronunció un discurso importante durante una audiencia con los asistentes a la conferencia. Este discurso clarificó y reafirmó nuestra obligación moral de proveer la atención normal requerida por un paciente a los que están en estado "vegetativo", incluyendo los alimentos y líquidos que necesitan para sobrevivir. El Santo Padre puntualizó varios aspectos:
1. Ningún ser humano desciende de estatus para convertirse en un vegetal o un animal. "También nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en la condición clínica de "estado vegetativo" conservan toda su dignidad humana", dijo. "La mirada amorosa de Dios Padre sigue posándose sobre ellos, reconociéndolos como hijos suyos particularmente necesitados de asistencia." Contrariamente a la ética de "calidad de vida" que hace juicios discriminatorios sobre el valor de la vida de diferentes personas, la Iglesia insiste en que "el valor de la vida de una [persona] no puede someterse a un juicio de calidad expresado por [otras personas]".
2. Como esta vida posee su dignidad inherente, independientemente de la "calidad" que pueda apreciarse externamente, esto nos llama a prestar el debido cuidado a todos los pacientes indefensos. En principio, el alimento y los líquidos (aun si son por medios asistidos, como la alimentación por tubos) son parte de ese debido cuidado. Tal alimentación, dijo el Papa, es un "medio natural de conservación de la vida, no un acto médico". Esto quiere decir, entre otras cosas, que la pregunta clave aquí es simplemente si los alimentos y los fluidos pueden nutrir y preservar la vida de modo efectivo, no si pueden reversar el estado del paciente. Hasta los pacientes incurables tiene derecho a la atención básica.
3. Este criterio no cambia cuando se diagnostica que el estado "vegetativo" es "persistente" o sin probabilidades de remisión: "La valoración de las probabilidades, fundada en las escasas esperanzas de recuperación cuando el estado vegetativo se prolonga más de un año, no puede justificar éticamente el abandono o la interrupción de los cuidados mínimos al paciente, incluidas la alimentación y la hidratación."
4. El retiro deliberado de alimentos y líquidos para provocar una muerte prematura puede considerarse una forma de eutanasia, esto es, homicidio injusto. En efecto, el único resultado posible de [la suspensión de la alimentación y la hidratación] es la muerte por hambre y sed. En este sentido, si se efectúa consciente y deliberadamente, termina siendo una verdadera eutanasia por omisión."
5. La enseñanza tradicional de la Iglesia, de que nadie está obligado a imponer tratamientos inútiles o excesivamente gravosos a un paciente, sigue siendo válida. La obligación de proveer alimentación asistida lo será solamente hasta tanto tal alimentación logre su propósito de nutrir y aliviar el sufrimiento. Pero a aquellos que con mucha facilidad retiran esa alimentación por considerarla extremadamente gravosa, el Santo Padre les advierte que "no se puede excluir a priori que la supresión de la alimentación y la hidratación, según cuanto refieren estudios serios, sea causa de grandes sufrimientos para el sujeto enfermo". Si un paciente aparentemente insensible puede ser capaz de sentir la incomodidad de la alimentación por tubos, él o ella también será capaz de sentir el sufrimiento de ser dejado deshidratar hasta morir.
6. No debemos olvidar las necesidades de las familias que cuidan de un ser querido en estado "vegetativo". Nosotros no debemos abandonar a esas familias, sino apoyarlos con toda la ayuda posible de modo que no tengan que llevar solos su carga. Entre los tipos de apoyo que el Santo Padre urgió dar a esas familias están cuidados para que tengan un descanso, apoyo económico, cooperación comprensiva por parte de los médicos y voluntarios, y consuelo espiritual y psicológico.
El discurso del Papa da respuesta a un problema moral y legal muy serio que ha dividido familias, asesores éticos y a las cortes en los Estados Unidos y en otros lugares. Durante muchos años, los grupos que defienden el "derecho a morir" han promovido el retiro de la alimentación asistida a pacientes en estado "vegetativo". En algunas ocasiones han dicho que esos pacientes estarán mejor muertos (o al menos sus familias estarán mejor si ellos mueren). El experto en ética Daniel Callahan advirtió en el Hastings Center Report en octubre de 1983 que muchos de sus colegas favorecían esta política no por alguna carga gravosa producida por tal tipo de alimentación, sino porque "la suspensión de la nutrición es a la larga el único modo efectivo de asegurarse de que una gran cantidad de pacientes muy tenaces biológicamente, mueran". En algunos de los casos llevados a juicio sobre "alimentación asistida", que han dividido familias y ocupado los titulares, ha habido familiares que han declarado que el paciente está en esencia ya muerto –una "concha vacía", sin dignidad humana alguna.
Las autoridades eclesiásticas ya han advertido sobre esta tendencia. En 1992, por ejemplo, el Comité de Actividades Pro-Vida de los obispos de Estados Unidos, emitió una publicación titulada "Nutrición e Hidratación: Reflexiones Morales y Pastorales", en la que hacen una fuerte exhortación a favor de la alimentación asistida en los casos de pacientes diagnosticados en "estado vegetativo persistente". El documento se opone tajantemente al retiro de estos medios diseñados para evitar la muerte del paciente por inanición o deshidratación. También considera que la alimentación asistida no es un "medio extraordinario" –sino que es usualmente una forma efectiva de conservar la vida que no impone cargas gravosas a los pacientes. De la misma manera, en 1995 el Consejo Pontificio de Asistencia Pastoral para los Trabajadores de la Salud emitió los "Estatutos para los Trabajadores de la Salud", que establecen que "la administración de alimentos y líquidos, aun sea de forma artificial, es parte del tratamiento normal que debe recibir un paciente cuando no sea algo gravoso para él o ella: su suspensión indebida puede considerarse realmente y con propiedad, eutanasia".
Al reafirmar estos principios, el Santo Padre nos recuerda que en éste y otros temas tales como el aborto, la investigación embrionaria y la pena capital, la voz de la Iglesia debe elevarse para insistir que todo ser humano es una criatura amada por Dios; que nadie carece de valor o está fuera de nuestros amorosos cuidados.
Esto no quiere decir que los pacientes deban aceptar la alimentación asistida en los casos en que lo vean como una intrusión injustificada que solamente aumenta su sufrimiento. Cuando la Iglesia analiza las cargas y beneficios de los procedimientos médicos, siempre ha reconocido que esos juicios poseen un elemento subjetivo, y que a la valoración propia de los pacientes debe dársele gran peso. Al final del análisis, y como lo expresó el Papa Pío XII en un discurso para la comunidad médica, "el médico no tiene más derecho o poder sobre el paciente que aquellos que éste le otorga".
Al mismo tiempo, la obligación de respetar la vida humana cualquiera sea su condición es de todos nosotros, incluyendo a los pacientes. Los católicos debemos tener cuidado con "normas avanzadas" que rechazan la alimentación asistida para todos; en su lugar, debemos buscar documentos redactados cuidadosamente que justifiquen la posición a favor de tales cuidados cuando no impongan cargas gravosas al paciente. Muchas conferencias católicas estatales han emitido documentos sobre este tema, y hasta formularios de muestra para que los católicos especifiquen sus deseos de modo que refleje los valores católicos y se ajusten a los requisitos legales. Son formularios en los que el paciente le da poder legal a una persona de su confianza que deberá tomar las decisiones cuando él o ella no pueda hacerlo por sí mismo, y esto es de más ayuda que una declaración escrita en la que se pretenda enumerar todas las posibles situaciones médicas que se pudiesen presentar en el futuro.
Por su parte, los hospitales y los médicos no están obligados a acceder a una petición de un paciente o de sus familiares que consideren ser inmoral. Los Estatutos Éticos y Religiosos para los Servicios de Salud Católicos establecen que un hospital católico "no honrará ninguna orden superior que sea contraria a los principios católicos", y añade, "si la orden superior está en conflicto con los principios católicos, se dará una explicación de por qué no puede honrarse" (Estatuto 24).
¿Cuándo está en conflicto con los principios católicos una orden de ese tipo? Cuando ignora la obligación general de mantener y cuidar la vida humana, y considera una condición como el estado "vegetativo", como la base para dejar de proveer hasta las más básicas medidas para la preservación de la vida y bienestar del paciente. En un caso extremo, puede que sea obvio que esa orden o instrucción esté rechazando la alimentación asistida simplemente para asegurar que el paciente en ese estado muera lo más pronto posible.
Los pacientes y sus parientes, y todos los que tienen que ver con la toma de decisiones médicas, necesitan comprender que si bien ciertos procedimientos médicos algunas veces resultan inútiles o gravosos, esto no aplica a las personas per se. Cuidar a un ser querido que tal vez jamás sea capaz de respondernos o de agradecernos por nuestra fidelidad puede ser la mayor prueba para nuestro compromiso con la cultura de la vida.
Richard M. Doerflinger es el Director Comisionado del Secretariado de Actividades Pro-Vida, de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.
Modelos de Programas
Celebrating Life: Holding Sacred the Human Spirit [Celebrando la Vida: Santificando el Espíritu Humano] es un programa con base en la fe católica dirigido a los Ministros de la Pastoral de Salud y otros profesionales que se ocupan de las personas que se enfrentan con el fin de sus vidas o de sus allegados. La presentación está diseñada en un formato para "capacitar a los capacitadores" con la esperanza de que este programa sea replicado en parroquias en toda la diócesis. Los objetivos del programa son educar a aquellos que tienen que contestar preguntas sobre el fin de la vida con respuestas basadas en la enseñanza católica, específicamente las referentes a la nutrición y la hidratación, aspectos legales y preocupaciones familiares. Para más información sobre este programa por favor contacte a Bonnie Server, Directora de la Oficina de Respeto a la Vida de la Diócesis de San Agustín en el teléfono (904-262-3200 x.126), o a Bill Tiernay, Director de Caridades Católicas en el teléfono (904-262-3200 x. 123).
Being With© [Estar Con] es un proyecto benéfico que brinda verdadera compasión, acogida y amor a aquellos que se enfrentan al sufrimiento físico en hospitales, albergues, hospicios y casas. Los voluntarios de Being With© pasan el tiempo discretamente al lado del enfermo, escuchando, sonriendo, cantando, leyendo, riendo, mirando televisión, escuchando un partido o simplemente estando presente mientras la persona duerme. Cuando sea necesario, le tomamos la mano al paciente o le pasamos la mano por la frente o el brazo. A veces lloramos. Siempre amamos. Being With© prepara a profesionales de la salud y a voluntarios que deseen crear un ambiente de paz, sentido y dignidad entre los que padecen de enfermedades crónicas, graves o terminales.
Para más información sobre el proyecto Being With© visite su página en Internet www.beingwith.net o escriba al P.O. Box 1900, Snohomish, WA 98291, teléfono: 360-668-0333.
En 2002, la Diócesis de Arlington publicó una norma médica avanzada ajustada a las leyes del estado de Virginia y a las enseñanzas morales de la Iglesia Católica. En una impresionante carpeta, la diócesis preparó un formulario con la Norma Avanzada y con un Complemento a la Norma que responden las preguntas sobre cómo completar el documento, la terminología empleada en el mismo y su esquema. La Oficina para la Vida Familiar de la Diócesis distribuye este documento a personas y parroquias en toda la diócesis. Las Normas están disponibles previo pago de $3.00 cada una en cheque a nombre de Family Life Office, 200 North Glebe Road, Suite 523, Arlington, VA 22203. Para más información, llame al (703) 841-2550.
In Support of Life [En Apoyo a la Vida] es una presentación en PowerPoint desarrollada para ilustrar a los miembros de la parroquia y a profesionales médicos acerca de la enseñanza de la Iglesia en asuntos relativos al fin de la vida, y expone las amenazas a que se ven expuestos los pacientes en este tiempo crítico, además de los asuntos de testamentos en vida. Contacte la Diócesis de Venice en el tel. 941/441-1101 o por correo electrónico berdeaux@dioceseofvenice.org.
Family Support [Apoyo a la Familia]: Las comunidades parroquiales pueden unir sus esfuerzos para apoyar a las familias con cuidados 24 horas mediante ofrecimiento voluntario de los talentos de cada quien, y buscándole contactos a familias que pudieras sentirse aisladas de la sociedad. Las parroquias pueden ofrecer no solamente asesoría espiritual y ayuda pastoral, sino también facilitar que los que cuidan al enfermo tengan una noche libre, darles amistad y sobre todo compasión.
El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, puede utilizarse como un tiempo clave en el año para enseñar en la parroquia sobre la importancia de los asuntos relativos al fin de la vida. Prepare folletos para repartir a los miembros de la parroquia al terminar la misa. Algunas sugerencias son: Hope for the Journey: Meaningful Support for the Terminally Ill and The Gift of Life... in the Face of Death [Esperanza para la Jornada: Apoyo Significativo para los Enfermos Terminales y En Don de la Vida… frente a la Muerte]. Ambos están disponibles en USCCB llamando al 866-582-0943.
La Conferencia Católica de Nebraska preparó un panfleto sobre la Toma de Decisiones sobre Tratamientos Médicos que puede pedirles al (402/477-7517), o bajar el texto de la página de Internet http://www.nebcathcon.org/press_releases.htm#Med.

Documentos Educativos
Discurso a los participantes en un congreso sobre "Tratamientos de Mantenimiento Vital y Estado Vegetativo" Santo Padre Juan Pablo II, sábado 20 de marzo de 2004, que se puede bajar en español de:
www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2004/march/documents/hf_jp-ii_spe_20040320_congress-fiamc_sp.html
Respetar la dignidad del moribundo: Consideraciones éticas sobre la eutanasia Academia Pontificia para la Vida, 9 de diciembre de 2000. Se puede bajar en español de: www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdlife/ documents/rc_pa_acdlife_doc_20001209_eutanasia_sp.html
El Evangelio de la Vida. Papa Juan Pablo II, 1995. Washington, D.C.: USCCB. ($7.95).
Declaración sobre la Eutanasia. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 1980. Disponible en español de www.churchforum.org.mx/info/Familia/declaracion_iu_et.htm
Guidelines for Legislation on Life-Sustaining Treatment. [Pautas para legislación sobre el tratamiento para sostener la vida] NCCB Committee for Pro-Life Activities, 1984. Secretariat for Pro-Life Activities (60 centavos). En inglés solamente.
In the Service of Life [Al Servicio de la vida]. Pontifical Council for the Family, 1992. Washington, D.C.: USCCB ($1.25). En inglés solamente.
Nutrition and Hydration: Moral and Pastoral Reflections. NCCB Committee for Pro-Life Activities, 1992. Secretariat for Pro-Life Activities ($1.95). También se puede bajar de http://www.usccb.org/prolife/issues/euthanas/nutindex.htm. En inglés solamente.
Carta apostólica de Juan Pablo II Sobre el Sentido Cristiano del Sufrimiento Humano, 1984. Se puede obtener de www.multimedios.org/docs/d000402/p000001.htm.
Statement on Euthanasia [Declaración sobre la Eutanasia]. NCCB Administrative Committee, 1991. Secretariat for Pro-Life Activities ($7/100; $65/1,000).
Publicaciones
A Catholic Guide to End-of-Life Decisions. Brighton, Mass.: The National Catholic Bioethics Center, 1998 ($2; descuentos al por mayor).
The Case against Assisted Suicide: For the Right to End-of-Life Care.
Kathleen Foley, M.D. and Herbert Hendin, M.D. (eds). Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 2002 ($49.95)
Euthanasia and Physician Assisted Suicide: Killing or Caring? Rev. Michael Manning, M.D. Mahwah, N.J.: Paulist Press, 1998 ($8.95).
Handbook for Mortals: Guidance for People Facing Serious Illness.
Joanne Lynn, M.D. and Joan Harrold, M.D. New York: Oxford University Press, 1999 ($25).
Last Rites: Assisted Suicide and Euthanasia Debated. Michael M. Uhlmann (ed). Grand Rapids, Mich.: Wm. B. Eerdmans, 1998 ($35).
Lessons from the School of Suffering: A Young Priest with Cancer Teaches us how to Live. Rev. Jim Willig and Tammy Bundy. Cincinnati, Ohio: St. Anthony Messenger Press, 2001 ($6.95).
Life's Worth: The Case against Assisted Suicide. Arthur J. Dyck. Grand Rapids, Mich.: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 2002 ($20.00).
Moral Issues in Catholic Health Care. Kevin T. McMahon, S.T.D. (ed.), Wynnewood, Penn.: Saint Charles Borromeo Seminary, 2004.
Power over Pain: How to get the pain control you need. Eric M. Chevlen, M.D. and Wesley J. Smith. Steubenville, Ohio: International Task Force in Euthanasia, 2002 ($12.95).
Right to Die versus Sacredness of Life. Kalman J. Kaplan (ed.). Amityville, N.Y.: Baywood Publishing Co., 2000 ($31.95).
Stations of the Cross for the Sick. Catalina Ryan McDonough. Bloomington, Ind.: Our Sunday Visitor, Inc. ($4.95). Se puede pedir a www.osv.com.
When Death Is Sought: Assisted Suicide and Euthanasia in the Medical Context. Report of the New York State Task Force on Life and the Law (updated, 1999). Albany, NY: Health Education Services ($10).
Boletines, Panfletos, Reimpresiones
A Catholic Guide to Medical Ethics: Catholic Principles in Clinical Practice. Eugene F. Diamond, M.D., Palos Park, Illinois: The Linacre Institute, 2001. Visit www.cathmed.org.
Explaining Catholic Teaching: Euthanasia. Philip Robinson, London: The Incorporated Catholic Truth Society & The Linacre Centre, 2003. Visit www.linacre.org.
The Gift of Life ...in the Face of Death. Secretariat for Pro-Life Activities, 1998, pamphlet ($9/100; $80/ 1,000).
Hope for the Journey: Meaningful Support for the Terminally Ill.
Kathy Kalina, RN, CRNH. Secretariat for Pro-Life Activities, reprint, 2001 (#0101-KAL; 40 cents; 10-49 copies, 30 cents ea.; 50+ copies, 25 cents ea.).
Killing the Pain, Not the Patient: Palliative Care vs. Assisted Suicide.
Richard M. Doerflinger & Carlos Gomez, M.D. Secretariat for Pro-Life Activities, reprint, 1998 (#9801-DOE; 40 cents; 10-49 copies, 30 cents ea., 50+ copies, 25 cents ea).
In Support of Life: Comfort and Hope for the Dying. Brochure. Massachusetts Catholic Conference (50 cents; descuentos al por mayor).
Oregon's Assisted Suicide Experience: Safeguards Don't Work. Oregon Right to Life. Salem, Ore.: Omega Publications (25 cents; descuentos al por mayor).
Audiovisual
Euthanasia: False Light. Steubenville, OH: Intl. Anti-Euthanasia Task Force, 1995. Una buena presentación de un médicos, una enfermesa en un hospicio y tres pacientes que sobrevivieron "enfermedades mortales" ($24.95).
Final Blessing. Washington, D.C.: USCCB, 1997. Un documental que invita a la reflexión sobre la dimensión espiritual de la vida de las personas mortalmente enfermas ($29.95).
Life at Risk: A Closer Look at Assisted Suicide. Doce audiocasetes de un simposio en 1997 de expertos internacionales de la Universidad Católica de América, co-patrocinado por NCCB, The Catholic University of America and the Center for Jewish and Christian Values. Se puede obtener de Donehey & Associates ($50 cada juego en un albúm; casetes individuales a $5 c/u).
Physician Assisted Suicide: Not Worth Living? Colorado Springs: Focus on the Family/ Gospel Light ($20.00).
Internet
Presentaciones hechas durante el Congreso Internacional Congress sobre los tratamientos para sostener la vida y el estado vegetativo se pueden ver visitando www.vegetativestate.org.
www.acponline.org/journals/news/sept98/suicide.htm (American College of Physicians)
www.ama-assn.org/ama/pub/category/8288.html (American Medical Assoc. Code of Ethics)
www.cathmed.org (Catholic Medical Assn.)
www.healthinaging.org/public_education/pain (American Geriatrics Society Foundation for Health in Aging)
www.iaetf.org (Intl. Anti-Euthanasia Task Force)
www.kofc.org/faith/cis/028/sacredlife.cfm (Knights of Columbus Catholic Information Service)
www.ncbcenter.org (Nationa1 Catholic Bioethics Center)
www.ncpd.org (National Catholic Office for Persons with Disabilities)
www.nrlc.org (National Right to Life Committee)
www.nursesforlife.org (National Assn. of Pro-Life Nurses)
www.seniorhealthcare.org (Senior Health Care Organization)
www.stemcellresearch.org (Coalition of Americans for Research Ethics)
www.usccb.org/prolife (USCCB Secretariat for Pro-Life Activities)
Translation: Marina A. Herrera, Ph.D., Bethesda, MD

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viernes, 18 de abril de 2008

LA CONDICIÓN HUMANA EN EL PENSAMIENTO DE IGNACIO CHÁVEZ SÁNCHEZ


Por: Carlos Viesca Treviño

Al aceptar la invitación que hace unos meses me hiciera Alberto Saladino para elaborar un ensayo acerca del pensamiento de Ignacio Chávez con referencia a la condición humana, amabilidad y confianza que aprovecho para agradecerle profundamente, estaba plenamente conciente del reto que entraña el análisis del tema en una obra vasta y politemática como es la del Maestro

Chávez, y quiero enfatizar el término “Maestro”, que en este caso no es significativo de un grado, sino del aprecio que, a dos y media décadas ya de su fallecimiento, sigue teniendo por sus enseñanzas y ejemplo un numeroso grupo de médicos mexicanos entre los que me honro en contarme y al que se han sumado jóvenes que no tuvieron la oportunidad de conocerlo en vida, pero sí de abrevar en su obra y en el recuerdo de su ejemplo. Algo, sin embargo, estaba bien claro: la dimensión intelectual y humana de Ignacio Chávez hace, indudablemente, que una investigación sobre el pensamiento latinoamericano del siglo XX y sus aproximaciones al tema de la condición humana no pudiera ser completa sin tomar en cuenta sus ideas y planteamientos.
Bosquejo biográfico

¿Quién fue Ignacio Chávez? La pregunta parece ociosa y pudiera responderse diciendo que fue un médico y educador, científico y humanista, “científico que era hombre de letras y de artes”, como dijera Carlos Fuentes [Fuentes, 1997: 215]. Pero, pienso que vale la pena, a pesar de ser una persona bien conocida en muy diversos ámbitos, esbozar algunos de sus más importantes datos biográficos.

Nacido en Zirándaro, entonces en el Estado de Michoacán, ahora en el de Guerrero, el 31 de enero de 1897, Ignacio Chávez creció y fue educado, según su propia apreciación, para ser “niño bueno”, aprendiendo en su pueblo natal las primeras letras y recibiendo un caballo como regalo en su quinto cumpleaños, según acostumbraba hacer su padre con todos sus hijos [Arreola, 1997: 37]. Después, hasta sus dos primeros años en la Escuela de Medicina, cursó estudios en Morelia, para concluir su formación como médico en la Universidad Nacional de México, en donde cursó el resto de la carrera de Medicina entre 1916 y 1919, graduándose el 4 de mayo de 1920. Casi de inmediato fue nombrado rector de la Universidad de San Nicolás de Hidalgo en Morelia, puesto que aceptó a condición de ejercerlo sólo por un año; apenas hubo tomado posesión del cargo se designó profesor de Clínica Propedéutica Médica, a fin de no separarse en ningún momento de su profesión..

En 1922, a su regreso a la ciudad de México, tomaría dos responsabilidades que, continuando su experiencia del año anterior, ocuparían el resto de su vida: la docencia en la Escuela Nacional de Medicina de la Universidad de México, al principio como Jefe de Clínica Médica, y su práctica médica en hospitales públicos, iniciada como médico interno del Hospital General. Tras realizar en París estudios de perfeccionamiento como cardiólogo, funda y encabeza, desde 1925 lo que sería después el Pabellón de Cardiología del Hospital General, al que se integraría en forma definitiva en 1927, a su regreso de Francia en donde había concluido su formación como cardiólogo con Charles Laubry y Henri Vaquez, los más eminentes especialistas de entonces.

En 1933 sería electo director de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNAM, en 1938 director del Hospital General, en 1943 es miembro fundador de El Colegio Nacional, en 1944 funda y es el primer director del Instituto Nacional de Cardiología, puesto que ocuparía hasta enero de 1961, cuando es electo rector de la UNAM. Allí ocupó dicho cargo hasta abril de 1966, fecha en que renunció forzado por “los aullidos de los menos ante el silencio de los más” [Haro, 1997: 156]. Finalmente, regresaría a la dirección del Instituto Nacional de Cardiología de 1975 al 13 de marzo de 1979, a cuatro meses escasos de su muerte, sucedida el 12 de julio de ese mismo año. En el transcurso de estos años fundó las Sociedades Mexicana (1935) e Internacional (1946) de Cardiología, fue nombrado doctor honoris causa en veinte universidades de diferentes países y organizó y recibió condecoraciones otorgadas por más de treinta países, entre ellas la de Comendador de la orden de las Palmas Académicas de Francia (1963) y el Premio Nacional de Ciencias (1961) y la Medalla de Honor “Belisario Domínguez”, por parte de su propio país.

La obra
La obra de Ignacio Chávez es vasta y en ella abordó numerosos tópicos. La parte más significativa de ella ha sido recopilada en cinco de los volúmenes de la colección conmemorativa que El Colegio Nacional, la UNAM, la Secretaría de Salud, el Instituto Nacional de Cardiología y el Fondo de Cultura Económica publicaron en 1997 para conmemorar el centenario de su nacimiento [Chávez, 1997]. El sexto volumen es un cassette con sus discursos y los cuatro restantes reúnen textos de diversos aurtores referentes a él. En resumen, publicó seis libros: Exploración funcional de los riñones y clasificación de las nefropatías (1935), Enfermedades del corazón, cirugía y embarazo (1945) , Diego Rivera. Sus frescos en el Instituto Nacional de Cardiología (1946), México en la Cultura Médica (1947) y El Instituto Nacional de Cardiología en 1964 (1964).

Como se aprecia dos de ellos son libros de medicina en los que expuso sus conocimientos, entonces de vanguardia, con respecto a enfermedades renales y cardiológicas; un tercero es una breve y a la vez enjundiosa historia de la medicina en México, en tanto que los dos restantes describen los frescos de Diego Rivera en el Instituto Nacional de Cardiología y al propio instituto a los veinte años de su fundación. Todos ellos fueron reunidos en el segundo volumen de la colección referida. El primero de ellos presenta sus artículos médicos, cuarenta seleccionados de un total de poco más de un centenar, en tanto que el tercero, el más voluminoso, reúne una selección muy amplia de sus artículos y conferencias sobre cultura, humanismo y educación, misma que había publicado en dos volúmenes El Colegio Nacional en 1978. Los volúmenes cuarto y quinto contienen respectivamente un Ideario, en selección del doctor Ignacio Chávez Rivera, y un Epistolario.

Diversos temas y reflexiones relacionados con la condición humana y con el humanismo se encuentran dispersos en ellas, particularmente en sus textos acerca de historia de la medicina y ética médica, así como en sus discursos y conferencias.
Ignacio Chávez, humanista

Para poder captar mejor la posición intelectual de Chávez ante la condición humana, considero que sería adecuado destacar algunos de los aspectos más relevantes de su humanismo, ya que considero, como lo han hecho antes de mí todos aquellos que se han ocupado de su biografía o del análisis de su pensamiento, que esencialmente fue un humanista.1

En un texto escrito en plena madurez, en 1959, en el que discernía acerca de los fines de la educación médica en nuestro medio, Chávez definió sin ambajes cuál era su posición al respecto: “la preocupación máxima del hombre debe ser el hombre mismo...” [Chávez, 1959: 12-26]. El hombre como centro del filosofar, como eje de todos los demás intereses, incluso el de conocer la naturaleza.

Más que un humanismo apegado al modelo terenciano que apenas, tras las aventuras de la comedia, logra incluir a las personas mismas en la suma casi infinita de epifenómenos de lo humano que de inicio ocupaban plenamente la preocupación del personaje, el humanismo antropocéntrico de Chávez, en el cual la redundancia no refiere al hombre mismo sino al centro de un universo se aproxima más al de Gorgias y los antiguos sofistas o al de Leonardo da Vinci, al hacer al ser humano el punto de referencia obligado para estructurar cualquier pensamiento, cualquier teoría que pudiera revestir algún interés para los humanos, claro está. El hombre, medida de todas las cosas, cuya consideración da pie a un ser en el mundo en el que el fenómeno humano cobra dimensiones que, de otra manera serían remitidas a entidades metafísicas o reducidas a cifras que revelan fenómenos pero que en realidad no miden nada. Círculo perfecto, no vicioso, en el que el pensar y obrar de los humanos se convierte en medida responsable de lo que piensan y hacen [Xirau, 1997: 210]. Ante todo responsable. Para Chávez, responsabilidad ante la humanidad toda, representada en y por nosotros mismos, es el sello del ser humano que somos y es el límite libremente aceptado de la libertad.

Pero, ¿por qué la remembranza a los griegos y a la cultura del renacimiento? El origen del humanismo, de todo humanismo, para Chávez, es la cultura. No debe perderse de vista el que, cuando inició sus estudios de medicina en Morelia, decidió ayudar a su mantenimiento trabajando, y su trabajo fue el de profesor de historia de México y de historia Universal en la misma institución nicolaíta. El hecho no es casual. Un hombre debe ser culto, si no lo es, está perdiendo una parte de su esencia. En el caso de Chávez la cultura le viene de cuna y por medio de ella comienza por definirse con pretensiones de universalidad: el conocimiento de los logros de la humanidad crea vínculos irrompibles entre quienes, así, se convierten en sus representativos.

De tal manera, el ser humano se construye como tal al convertirse en el depositario de la herencia cultural que, además no puede negar más que a costa del detrimento de su propia humanidad. Humanidad y cultura no son sinónimos, pero son condiciones interdependientes. La cultura significa la humanidad del hombre y su posibilidad de trascender a la naturaleza y enriquecer su destino, es “la otra cara de nuestro yo... y es indispensable para todo hombre que cultive disciplinas intelectuales...”, pues, finalmente, es en la cultura en donde se forjan los valores que regirán juicios y actos, en donde se precisan las nociones del sentido del bien y de la justicia [Chávez, 1977: 85].

Este ímpetu de identificación de lo humano, Chávez lo remite al humanismo renacentista, del que se siente, se sabe heredero directo a la vez que se declara paladín de su trascendencia en el pensamiento moderno; “ fue ese humanismo espléndido – dice – el que engendró nuestro mundo moderno; el que en el orden intelectual nos lanzó a la búsqueda de la verdad, interrogando a la naturaleza misma, y en el aspecto artístico nos inculcó el amor a la belleza, libre del pecado; el que en el orden espiritual nos infundió la aspiración de ser hombres universales y el que reivindicó, en el orden moral, nuestra dignidad superior de hombres” [Chávez, 1977: 21].

Esa cultura, que es el trasfondo de la ética y de la moral, de la apreciación de lo bello, de la intransigencia ante la injusticia, es algo que va del hombre al hombre, es inmanente aunque trasciende a sus creadores y representativos en lo individual para representarse y cobrar significado en los siguientes relevos que no son otros sino las generaciones de la humanidad del futuro.

En este sentido la cultura es historia y de esta manera se significa como la posibilidad de ruptura en cuanto a la naturaleza concierne. Empero, como historia es conciencia y en cuanto responsabilidad conciente se constituye en la única manera racionalmente humana para analizar la situación del presente y medir el alcance de las acciones a emprender, para valorar y establecer juicios acerca de lo hecho y de las dificultades y obstáculos inherentes a ello. Si la cultura es esencia de lo humano, la historia es maestra universal, es su conciencia crítica. De allí que buena parte del pensamiento de Chávez remita a la historicidad de los problemas que aborda y de allí también que al fin de cuentas esté siempre presente el humanismo, un humanismo que se desprende de la evolución histórica de la humanidad como una necesidad de vigencia inapelable. Al respecto, apuntaba: “Siendo una aspiración eterna, la cultura no es una cosa universal y estática sino que cambia y se modela según el tiempo y el lugar. De aquí que el conocimiento de la historia sea un requisito esencial del humanismo contemporáneo, historia amplia, de los pueblos, de las civilizaciones y del pensamiento del hombre” [Chávez, 1977: 23].

Es la suya una visión en la que se mezclan criterios positivistas e historicistas configurando una unidad que en su momento, y pensando en el medio intelectual en el cual se desarrolló Chávez, no podía ser de otra manera. No es cosa nueva el señalar la inmensa impronta que dejó el positivismo en la medicina de la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX. El hecho positivo comtiano pasó, sin ningún esfuerzo, a identificarse con el fenómeno reproducible y reproducido en el laboratorio por Claude Bernard, por Pasteur, con las lesiones celulares vistas por Virchow en su microscopio de inmersión de novedosa manufactura por ese entonces; el dato clínico, consignado metódicamente adquirió la dimensión de un hecho positivo, y no se diga más al respecto de la correlación anatomoclínica. La medicina que aprendió Chávez le forjó en el positivismo. Pero también la historia que aprendió y enseñó y gran parte de la que cultivó posteriormente le llevó a la constatación del hecho, pero, más que nada, a la integración de una imagen del progreso como elemento central del devenir de la humanidad.

“La humanidad, en su progreso, cambia a menudo de derroteros”, señalaba al observar que agotado prácticamente el campo del estudio de los fenómenos auscultatorios, la obra de Laennec, que le diera inicio, no quedaba minimizada ni disminuida, sino se erigía en base de nuevos derroteros que iban más allá de la observación de los fenómenos patológicos y la lesión para “abrevar sus ideas en la fuente de los conocimientos fisiológicos” [Chávez, 1977: 377]. Sin embargo, la historia es la guía: “Si queremos saber, no debemos comenzar por ignorar” [Chávez, 1977: 378]. El arribo a la ciencia positiva implica etapas previas que deben ser reconocidas a fin de que la ciencia no pierda su rumbo. Así, hablando del Instituto de Cardiología apenas fundado, Chávez insistía en que aún cuando “todas las potencias espirituales apuntan hacia el futuro, no estaría imbuido de espíritu científico si mostrara olvido o desdén por el pasado...” e insistía en la gestación penosa del pensamiento científico y en la permanencia del pasado en cada uno de los momentos que van configurando los presentes sucesivos al señalar que “el dolor del nacimiento y el goce fáustico de la creación viven en cada uno de los momentos estelares de la historia científica” [Chávez, 1946: 3].

En los murales del Instituto de Cardiología, en los que el tema fue, como era de esperarse, la evolución histórica de la cardiología, la idea rectora fue de Chávez y la ejecución de Diego Rivera. Allí, esa visión histórica del progreso científico queda perfectamente plasmada en las espirales ascendentes que conducen de los descubrimientos y avances de épocas pasadas hasta los descubrimientos más recientes; pero, además, en la base de los dos murales aparecen cuatro figuras encerradas en casetones, sin color, que representan los remotos antecedentes, chinos y europeos, africanos y prehispánicos. Más aún, en el primer mural están representados quienes emplearon sus sentidos para explorar el corazón, en el segundo, aquellos que “empezaron a recurrir a los instrumentos” [Chávez, 1946: 6], marcando su idea personal acerca del ascenso de la ciencia hacia un periodo de tecnificación e instrumentación en el que fue testigo y actor.

“La nueva medicina –diría – se forjó en las salas de clínica y en los hospitales, no en las aulas” [Chávez, 1947: 169]. Y en este sentido, el testigo de la historia, el humanista que la narra, tiene la obligación, la responsabilidad de convertirse en partícipe, de convertir la utopía en acciones y hasta en instituciones. Su visión histórica, que le hace tener fe en la idea del progreso, en el esquema ascendente del conocer y el saber que conduce a la ciencia experimental y a la medicina instrumentalizada, marca el camino del médico al humanismo y, nuevamente, de éste al campo de la acción. El positivismo quedaba atrás, como base y fuente de una rígida disciplina, de un saber, de un rigor científico, para lo cual sus frutos eran innegables; pero había que ir más allá, había que sobrepasar “la mutilación del espíritu” que tal doctrina implicaba, su frialdad sin “entusiasmos generosos ni ideales desinteresados”, sumándole el anhelo “de la cultura humanística, de amor por el arte y de inquietud metafísica” [Chávez, 1977: 770]. El positivismo escueto, a su manera de ver, ofrecía moldes en los que sólo cabían el talento y la mediocridad espiritual, nunca la grandeza del humanismo.

Sin embargo, tampoco creía en el humanismo expresado solamente a través del discurso, por bello y elocuente que éste fuera. Definiendo al prócer argentino Domingo Faustino Sarmiento, Chávez exponía ideales compartidos: “El pensamiento para él valía en la medida en que cuajaba en actos. Pensador, sí, pero no soñador, ni contemplativo” [Chávez, 1977: 746]. Para incidir en esta manera de ser en el mundo que le fue propia al señalar que “el hombre debe... sumergirse en el mundo en que vive, sintiéndose no un extraño y ni siquiera un mero espectador de la realidad social que lo rodea” [Chávez, 1977: 23].

Ahora bien, ese hombre universal, al sumergirse en el mundo, en su mundo, requiere de un marco de referencia que es su identidad. De tal modo, Chávez, humanista, se confronta con Chávez, mexicano y producto de la conciencia liberal que definiera a nuestros grandes hombres del siglo XIX. México en la cultura médica, tanto el capítulo con el cual Chávez contribuyó a la obra colectiva de Torres Bodet [Chávez, 1947], como el libro que con el mismo nombre fue desarrollado a partir de dicho texto [Chávez, 1947] constituyen el núcleo de esa profesión de fe de ser médico mexicano. Chávez, positivista en el terreno de la medicina, no duda en ceder ante el Chávez mexicano al asomarse a los logros de las medicinas prehispánicas y encontrar que en ellas había mucho de conocimiento positivo: “el valor de su experiencia, la riqueza de su farmacología, los atisbos de clasificación...”, a pesar de los rituales que frisan en la magia y la religión y que son desechados por él como supersticiosos [ Chávez, 1947: 34].

La identificación de rasgos de empirismo y atisbos geniales, mezclados con lo que a sus ojos era la superstición de sacerdotes que se confundían con magos, le permite cumplir con una obligación sagrada que es la defensa de lo mexicano, de su trascendencia histórica, de su valor como fuente de identidad digna: “Se equivocaría quien quisiera... juzgar el valor de la medicina precortesiana sin tener en cuenta el pobre desarrollo alcanzado por la europea de aquel entonces... y se equivocaría aún más, quien quisiera medir el grado de avance de los indígenas de entonces por el grado de atraso de nuestros indios de hoy...” [Chávez, 1947: 34]. Siempre insistiría en la posibilidad del parangón de las medicinas indígenas con la europea [Chávez, 1977: 724-737]. No menos importante es su apreciación de la medicina mexicana anterior al 1700, en la que reconoce que a pesar de no haber logrado el nivel de las obras clásicas, es seguro que representa el primer intento de reunión del nuevo mundo a la cultura médica universal [León Portilla, 1997, 781-795].

Pero, retornemos al problema de la libertad, que es para Chávez la fuente del impulso unívoco de los poderes creativos de la humanidad. Fuente y límite, ya que la libertad responsable no puede darse el lujo de transgredir los terrenos propios de otras libertades. Para Chávez, el ejemplo patente de lo que significa la libertad convertida en doctrina tanto como en ideario de acción se lo dio la Escuela Nacional de Medicina.

En su interés por desentrañar las marañas de la Historia pronto se encontró frente a un hecho que se convertiría en el centro de su toma de conciencia en cuanto a las necesidades de la medicina y de la formación de médicos en nuestro país: la creación del Establecimiento de Ciencias Médicas en octubre de 1833. En este hecho, capital por demás para nuestra historia, él supo leer los contenidos ocultos: la apertura de un Establecimiento de Ciencias Médicas, el cuarto entre seis que vinieron entonces a sustituir a la vetusta y esclerosada Universidad, significó a la vez la expresión de un impulso liberal que colocaba sus apuestas en la educación y formación de los profesionistas, y un sentido de modernidad, de actualidad del conocimiento.

Los avatares del Establecimiento y las peripecias que vivieron para lograr mantenerlo a flote quienes se involucraron en realizar el ideal de modificar de raíz la formación de los profesionistas mexicanos, en este caso particular de los médicos, ofrecieron a Chávez las líneas de una gesta heroica y discreta a la vez en la que un grupo de docentes encarnó a la institución llegando a desafiar a las autoridades civiles y militares cuando éstas pretendieron dar marcha atrás y retornar a las viejas enseñanzas, y se hizo garante de una profesión de fe, en la que la adquisición de conocimientos científico médicos y el ejercicio de la libertad, tanto en la cátedra como en su visión de la sociedad, quedaron troquelados como su ideal.

La libertad nunca puede desligarse de un recio sentido moral y ciertamente eso fue lo que Chávez encontró plasmado en la obra de sus precursores médicos. La imagen de Valentín Gómez Farías, la de Casimiro Liceaga, le dan pie para esculpir sus héroes. Este último, el médico independentista e ilustrado que mantuvo el timón del Establecimiento con mano firme durante catorce años para incorporarse, ya viejo, a la lucha política y actuar como senador en la lucha contra la invasión americana. Gómez Farías, el prócer que sobrevivió honesto y congruente con sus ideales políticos por más de dos décadas, capaz de encarnarlos hasta convertirse en símbolo de liberalismo; era –dijo Chávez tomando una frase de Gandhi– de aquellos que tienen derecho de destruir porque son capaces de construir, de los que “antes de que se disipara el polvo del derrumbe, levantaba un edificio nuevo que diera refugio a sus esperanzas de reformador”, de los que creían firmemente en que mientras la conciencia del hombre no fuese libre no existía el porvenir [Chávez, 1977: 378-382].

Con Gómez Farías como imagen, a la que suma Chávez la de Sarmiento, marca la transición de un humanismo histórico a lo que podríamos denominar un humanismo político. Ya he puesto en relieve en párrafos anteriores lo que significaba para él la necesidad, la irremisible necesidad de llevar los ideales a la acción, y es a través de estos personajes como teoriza el vínculo irrompible existente entre humanismo y liberalismo y la vía que ambos deben de encontrar en la actividad política, en la cual se enmarcan también el establecimiento de directrices para la formación de hombres y la creación de instituciones. Es esta la fuente directa que le sirvió de inspiración para concebir, planear y llevar a cabo la reforma de la entonces Escuela Nacional de Medicina, en un proyecto en el que se aunaban el reconocimiento de las raíces, la entrega en la búsqueda de la modernidad tanto en la clínica como en la instrumentación de los actos médicos, la libertad de conciencia y, por lo tanto, de cátedra, y el compromiso moral más profundo.

En su visión, no desprovista de misticismo, Chávez se permite hablar de “apóstoles de la Reforma liberal”, categoría en la que ubica a Gómez Farías en primerísimo término, y con él a José María Luis Mora, a Andrés Quintana Roo y, no sólo apóstol sino también mártir, a Melchor Ocampo, fanático de la libertad y de la dignidad del hombre, integrando un ideario cuyos anhelos se pueden resumir en educar y dar leyes justas, ambos premisa y consecuencia para el adecuado ejercicio de la libertad [Chávez, 1977: 402-407]. Éstas deberían ser por igual las virtudes del ciudadano y del dirigente, aptos para soportar todo menos la tiranía y para renunciar, para sacrificar todo, menos la libertad [Chávez, 1977: 408-410].

El humanismo del personal de la salud
Medicina sin ciencia es sólo un oficio y el médico que se queda en ella no pasa de ser un simple artesano. El médico como ser capaz de salvar una vida, siendo semejante a los dioses, según el pensar de Hipócrates debe reunirse con el médico que es guía, consejero, árbitro, amigo, quien atiende, mas allá de los males somáticos, sus repercusiones espirituales, incluida en ellas la interpretación delirante que puede hacer el enfermo de su mal, de la amenaza de morir, del temor y la esperanza [Chávez, 1977: 87].

La acción mecánica del médico que sabe, por mucho que sepa, no basta; de ninguna manera la medicina puede detenerse allí para cumplir con su objetivo. Es indispensable que el médico adquiera una gran dimensión humana, comenzando por el hecho de que el científico “pudiera llegar a un refinamiento de la cultura” para continuar con la búsqueda del ideal, del arquetipo del hombre universal [Chávez, 1977: 23-24]. Pero, para ser verdaderamente médico, se requiere además devoción y calor humano. El médico debe de ser, para emplear las palabras de Chávez, “un hombre que se asoma sobre otro hombre, en un afán de ayuda, ofreciendo lo que tiene, un poco de ciencia y un mucho de comprensión y simpatía”, no concibiéndose cultura, menos todavía en términos de una cultura profesional y siendo inadmisible en una cultura médica, el mínimo desinterés a propósito de los problemas del hombre [Chávez, 1977: 21, 24].

Nada más elocuente que una imagen que transmite el propio Chávez al describir su llegada al lado de Antonio Caso “en el momento mismo de su muerte” en el que no hubo lugar para nada, no digamos acciones médicas, sino “ni una palabra, ni un gesto, ni un ademán” y es entonces cuando el médico trasciende el simple ejercicio de un oficio artesanal para alcanzar las dimensiones de lo más profundamente humano: “Mis manos – refiere – que nada pudieron hacer para defenderlo, le cerraron filialmente los ojos, tratando, en vano, de ocultar su temblor...” [Chávez, 1977: 769]. Así como en la política, personajes como Gómez Farías y Melchor Ocampo son considerados como apóstoles del liberalismo, el humanismo médico impulsa al médico a actuar dentro de un apostolado laico. La imagen del médico cerrando piadosamente los ojos del paciente recién fallecido no nos dice otra cosa, no traspasa los límites de lo humano, los eleva a su máxima expresión de empatía.

La fragua del médico exige, pues, el cultivo de “los veneros de la comprensión y de la simpatía para el enfermo” al lado de la búsqueda infatigable del progreso, el del saber médico claro está, el cual “no puede detenerse porque la mente humana es insaciable y mira en el dominio de la naturaleza su gran reto” [Chávez, 1977: 434-435]. Siendo el deber último del médico su responsabilidad para con el enfermo, deberá temperar sus ímpetus o bien por medio de la inteligencia que prevé, o bien robusteciendo la conciencia moral. “Protegida así, la medicina podrá seguir adelante en busca de la salud y el bienestar del hombre...con tal de que la medicina nueva no sacrifique nunca al interés de la ciencia el interés supremo del enfermo...” y, pasando una vez más de la medicina al médico, continuaba diciendo: “con tal que el médico, hombre de ciencia, siga siendo el médico–hombre y si puede, el médico- apóstol,” aquel que nunca estará carente de calor humano y viva siempre pleno de “interés solícito por el hombre que sufre” [Chávez, 1977: 435].

De tal manera, el centro, el eje de la labor del médico, de su logro profesional y de su excelencia como ser humano, es el enfermo, el ser que padece una enfermedad que requiere de un abordaje científico y técnico, que se duplica en el ser que expresa carencias, sufrimientos que también deben de ser resueltos o, al menos, aliviados. El médico debe continuamente de “bajar del Olimpo de su ciencia a la cabecera de la cama de sus enfermos” [Chávez, 1977: 75].

Lo que Chávez exige al médico para ser un médico humanista, es decir, un verdadero médico, es entrega, es sacrificio, es, finalmente, vocación. Es la puesta en práctica constante de valores que, como la honestidad y el desinterés, pondrán constantemente a prueba su temple moral y serán prueba continua de su calidad.

Un comentario sólo a propósito de un problema que, lamentablemente, se anuncia creciente en la práctica médica de nuestros días: la comercialización de la medicina. Nada más extraño ni ajeno al humanismo médico que el introducir intereses económicos como elementos rectores de la práctica médica. Esto no quiere decir en ninguna forma que el médico no deba cobrar honorarios ni desechar la posibilidad de un a vida digna y hasta holgada en términos de dinero; lo que no es admisible, para Chávez como para el común de los médicos honestos y morales, es lucrar, es anteponer el interés de la ganancia al interés en el enfermo o, como se ha puesto en boga, introducir al enfermo en procesos en los que su salud deriva de mecanismos de lucro y si bien puede resultar correctamente diagnosticado y tratado esto solamente se da a través de una serie de operaciones cuyos resultados económicos van más allá del interés en la salud del propio paciente.

Pudiéranse señalar el cobro de honorarios excesivos o por servicios no prestados, la repartición oculta de honorarios, los pagos de comisiones a laboratorios o gabinetes de diagnóstico, la realización de exámenes y estudios no necesarios... Todas ellas situaciones que dejan plenamente que desear en el sentido de la moralidad de quienes participan en ellas. Chávez es tajante: “Donde el negocio empieza, el decoro de la profesión acaba... La explicación es clara –dice– la medicina no es un comercio...” [Chávez, 1977: 72].

Modernización y deshumanización
Punto clave para la expresión del humanismo médico de Chávez, como lo ha sido para todos los humanistas médicos del siglo XX, ha sido la evidencia del impacto de la modernización y la tecnificación de la medicina sobre la relación médico-paciente. Sin embargo, él nunca pensó que el desarrollo de la instrumentación de la medicina fuera condición inherente de su deshumanización. El acceso de equipos cada vez más numerosos y más sofisticados a la práctica médica, representaba para Chávez, sí, un peligro para la práctica médica humanista, pero nunca una necesidad impositiva para relegar a ésta.

El problema radica, a su modo de ver, no en la presencia de aparatos e instrumentos, de exámenes complejos de laboratorio, sino en la cesión que puede hacer el médico, el abandono de los principios más caros y sutiles de su profesión. El problema radica en el médico y, en última instancia, en quienes le educan. Es obvio que no puede transigirse en lo tocante a la adquisición del conocimiento. Un deber fundamental de todo médico es estudiar y saber, saber, adquirir conocimiento, para actuar el día de mañana en beneficio de los enfermos, y esto se puede resumir señalando la imperiosa necesidad de que el médico sea un científico actualizado, es decir, en estado constante de renovación y constatación de la vigencia de sus conocimientos. Esto constituye “el culto del saber”, motor intemporal que subyace a la existencia como tal de un médico que se precie de serlo.

Ahora bien, esta actitud que ha sido fuente de profundas reflexiones por parte de eminentes médicos en todos los tiempos, se ha hecho aún más apremiante durante el último medio siglo en que el desarrollo de las ciencias médicas ha disparado de manera exponencial la cantidad de nuevos conocimientos disponibles, sin ser por ello pretexto para que el médico no los posea, sino convirtiéndose en necesidad cada vez más apremiante de encontrar las formas para hacerlo.

Esto es un requisito moral primordial para el quehacer médico [Pérez Tamayo, 2003] y Chávez lo vivió en el terreno de las especialidades primero nacientes, más tarde en vías de consolidación como campos de conocimiento, pero, sobre todo, lo intuyó como una característica ineludible del futuro inmediato de la profesión.2 Sin embargo, falta un elemento al binomio y este es el interés por el enfermo, por ayudarlo. El problema, tal y como él lo capta, radica en confundir los medios con los fines: el saber no es un fin por sí mismo, sino un fin limitado, provisional, que sólo adquiere su dimensión profunda cuando se enlaza como parte a un fin de naturaleza superior, el de ayudar al ser humano doliente, al enfermo. La consideración constante de esta realidad es el antídoto señero contra la deshumanización de la práctica médica, pero también es el pasaporte de entrada al paso del saber a la sabiduría.

La ubicación precisa del conocimiento y de su posesión por parte del médico se convierte así en un deber: el médico ya aceptó y puso en práctica el deber de saber lo necesario para ejercer correctamente su profesión, pero el lugar que tiene dicho saber en su desarrollo como persona y el valor que se le confiere en términos del ser humano que lo posee son otra cosa. Para llegar a la sabiduría se debe, en términos de conocimiento, comprender las limitaciones de lo que se sabe, entender el inmenso papel que tiene el equivocarse como fuente de conocimiento, siempre y cuando exista al calce una fuerte dosis de reflexión crítica, se debe poseer un inmenso acopio de modestia y, sin duda, poner todo ello al servicio del propio ser en la vida y del enfermo en lo tocante a la práctica profesional.

De otro modo, la profesión será convertida en oficio y el profesionista no pasará de ser un simple artesano, por excelente que lo fuera. La aplicación correcta de los conocimientos y pericias adquiridos, por sesuda que sea, por bien hecha que esté, no garantiza otra cosa. Profesión implica fe, requiere imaginación, creatividad, entrega y, en el caso de la medicina, espíritu de ayuda.

La condición humana
La condición humana es una historia de limitaciones y esfuerzos, de triunfos y fracasos, de angustia existencial y plenitud. En la condición humana radican la grandeza y la miseria del hombre. Vivencia y sentimiento de la miseria ante el dolor y la muerte y percepción de la dignidad aún ante ellos [Xirau, 1997: 210].

En el pensamiento de don Ignacio Chávez, la condición humana se plasma en dos vertientes que confluyen: la condición del hombre enfermo y la del médico que le atiende. El enfermo encarna todo un cúmulo de características existenciales que se agrupan en un “ser del enfermo”, como lo ha denominado Pedro Laín Entralgo [Laín Entralgo, 1984: 320 y ss].

Esto mismo lo planteó expresamente Chávez al insistir, como lugar común, en la necesidad de ayuda por parte de éste, un ser al que su condición de enfermo sirve de expresión de una minusvalía, de una vulnerabilidad pero, sobre todo, de una confrontación consigo mismo que se da al poder intuirse como sano ante la realidad de su enfermedad. Entonces, al médico corresponde el tomar cartas en el asunto y no sólo “tratar” su enfermedad de manera técnicamente correcta y profesionalmente ética, sino también el comprender el fenómeno humano de la forma más completa posible.

Estamos hablando de condiciones humanas definidas, concretas, la que se personifica en el enfermo y la que es propia del médico. No insistiré en estos puntos, dado que gran parte se ha dicho al hablar del humanismo médico.

Por otra parte, Chávez desarrolla a lo largo de su vida una teoría de la condición humana, dispersa en sus múltiples escritos, que expresa convicciones íntimas que, por demás, tuvieron una ejemplificación práctica en su propia vida. Substancial fue para él la confianza en que existe en los seres humanos una capacidad de superación ilimitada que él definía así: “todos somos capaces de realizar más de lo que valemos y con ello no hacemos sino exaltar nuestro valer” y habla de una “reserva insospechada” de energía creadora que dormita [Chávez, 1977: 42]. Y es aquí donde surge el educador, el formador de hombres.

El problema de la educación es, pues, un problema de esencia, ya que no vale de nada el cambiar los programas, incluso los sistemas educativos, puesto que lo único que garantiza logros es cambiar al hombre; la única manera de que los profesores estén a la altura de su función es que sean capaces de modelar las almas, de vivir su disciplina con las ideas e inquietudes de su tiempo, de encontrar felicidad en la libertad del pensar y el discutir, que busquen la verdad y no se comprometan con doctrina alguna [Chávez, 1977: 125]. En una palabra, que sean los demiurgos que despierten y orienten a esa energía creadora. Libertad del pensamiento, libertad de discusión científica y, corolario obligado, libertad de cátedra, son las premisas que llevará consigo al tomar posesión del cargo de rector de la UNAM. Pero, eso sí, el ejercicio de tales libertades implica el deber de someter a todas las doctrinas a un análisis crítico.

Es en este sentido supremo de la acción del educador, entendido como el moldeador de almas, como el artífice de cambios en la condición humana que un contemporáneo y amigo de Chávez, Raúl Fournier, le definía como “inventor de hombres”... lo que equivaldría en última instancia a un verdadero educador.

Así, educación se concibe como el meollo de una condición humana que se moldea, no ajustándose a formas preconcebidas sino rompiendo marcos para acceder a la libertad creadora. La condición humana para Chávez está imbuida en un impulso prometeico, como el hombre en llamas de Orozco, como el de todos y cada uno de los personajes que pueblan los murales de la Historia de la Cardiología que él y Diego Rivera fijaron; ser humano significa estar comprometido con ir siempre un poco más allá, con la necesidad de ser cada instante un poco más libre, con la capacidad de decir no a las fuerzas que nos apabullan, sean las biológicas, sean las sociales, significa el impulso de imaginar, de crear, pero siempre dentro de un severo sentido de responsabilidad. Ser humano, responder a su condición, significa en última instancia ser responsable de sí mismo.

Chávez fue un hombre que ha ejercido a lo largo de toda su vida su capacidad de elegir, eligentia en términos de Ortega y Gasset [Ortega y Gasset, 1966], pero siempre eligiendo lo que se debe hacer en el momento en el cual debe de ser hecho y dice lo que se tiene que decir, también en el momento preciso. Esto es elegantia y Chávez fue indudablemente un hombre elegante. Pero se ha señalado el decir y el hacer y no termina allí su impulso; asimismo hemos podido presenciar la transformación creadora del pensar y el decir de Chávez en acciones. Un humanismo que predica, mas no hace, es en el siglo XX un humanismo a medias, y en él “se dio en forma excepcional la conjunción del ideólogo y del hombre de acción...” [De la Fuente, 1997: 122].

El deseo de saber y de servir y la capacidad de vivir y consumirse... y, rememorando al hombre de fuego con que Orozco plasmó un credo de libertad y dignidad, en un discurso pronunciado en Guadalajara, Chávez pudo afirmar en el contexto adecuado el sentido único de “el hombre que a semejanza de Prometeo sea capaz de robar el fuego de los dioses aunque después tenga que quemarse en su propia llama” [Chávez, 1977]. Ese hombre que siempre puede dar más de lo previamente previsto, ígneo, prometeico, es el hombre creador que día con día lleva un paso más lejos su humana condición y de la angustia que le oprime logra elevarse a una dimensión cósmica que es precisamente la que Orozco pinta y es la que concreta utopías y las troca en realidades, sean alumnos, sea la cardiología mexicana, sea una Universidad Nicolaíta encauzada hacia la modernidad, una Escuela Nacional de Medicina imbuida de ciencia y orgullosa del arte de curar que ejercen sus hijos, sea un Instituto Nacional de Cardiología o una Universidad dignificada y renovada a través de sus hombres, expresión de ideales e ideas.

Chávez no es sólo un elector elegante, pues esto lo limitaría a ser un hombre universal en el sentido renacentista del término, y esto él mismo lo ha desechado como una utopía, bella, sí, pero poco útil. Felipe Mendoza, cardiólogo como él y su discípulo cercano en cuanto a la calidad humana, trae a colación la presencia siempre evidente en la vida de Chávez de una angustia esencial que le lleva a recordar el pensamiento de Maritain, “un ansia incontenida de salir de la trágica perplejidad de no poder rehusar la condición humana, ni aceptarla pura y simplemente [Maritain, 1966: 170]. Pero, al fatalismo propio de un Malraux, de un Gide, autores a los que conocía bien, le fue plenamente natural oponer la clara visión, sí, angustiosa, de las propias limitaciones, pero siempre respaldada por la responsabilidad ante sí mismo, ante su conciencia – como él solía decir – y por la decisión firme de una entrega total en las acciones emprendidas, de la entrega de ese poco que es todo lo que tiene quien lo ofrece y lo dispone en aras de un servicio que se convierte en creación.

jueves, 17 de abril de 2008

EL HOMBRE FRENTE A SU ENFERMEDAD Y EL ACTO MEDICO

Por el Dr. Julio Mendez

I
El estado de enfermedad es definido por Spencer como aquel que impide al organismo establecer un nexo con las condiciones de su entorno. Si podemos adherir por un instante, al mundo de las definiciones, nos estaremos acercando al meollo de nuestra cuestión: el hombre enfermo adolece también de soledad…
Por lo tanto deberemos pensar, evaluar, aprender una lección más, en esta noble tarea del curar, para la cual hemos sido preparados, la cual hemos elegido…
La palabra curar deriva de la palabra cariño. Es a mi modo de ver la exaltación, la elevación a la mayor potencia del mandato bíblico de…“Veahabta Lereaja Camoja”: amar al prójimo, al próximo, ese ser circunstancial que se acerca no solo en busca de su curación, sino y por sobre todo, al encuentro de lo sublime, de lo elevado que hay en mi: mi condición humana.
¿En qué consiste, Ud. se pregunta? ¿Qué es lo que constituye lo humano, la persona? La respuesta está en la capacidad de interesarse por otros seres humanos.
La medida de nuestra condición humana está en proporción directa con el grado en que nos ocupamos de los demás. No más, pero tampoco menos…
Por ello el versículo de Levítico, tercer libro del Pentateuco, no termina solo con “amar al prójimo” –próximo, sus palabras finales son “como a ti mismo, Yo Soy D”s”. Hay una doble configuración “Como a ti mismo” nos indica que NO ERES COMO EL.
Quiere decir, considerar y respetar la perspectiva del otro. La perspectiva del enfermo no es la del médico, ni la de sus parientes ni la de una persona sana.
Pero hay otro aspecto. Esta la dimensión del otro, del que padece y la de quien puede suministrarle aunque parezca insuficiente, la esperanza. Cuando esta relación se establece es cuando, al entender de la Biblia, se da la posibilidad de “ser de D”s” “Yo Soy D”s” - Ani HaShem” -recordemos, concluida nuestra cita.
Es parte de la cura confiar en Aquel que cura…
Hay verdades por cierto, pero debe haber también bondades. Consideraciones. Un abrazo virtual entre bondad y verdad en una realidad de desesperanzas… es cuando llega el tiempo de ver un rostro, no solo un cuerpo; es cuando analizo una situación particular, no un caso típico…
II
El hombre enfermo debe superar entonces su estado de soledad. Tiene dificultades para relacionarse con su entorno. Se aísla. Aunque paradójicamente necesita más que nadie ser continente y a la vez contenido. El aislarse debemos interpretarlo como la imperiosa necesidad de romper con su “complejo de isla”. Complejo en sentido. Complejo en comprender…
Quiere salir pero no puede… No siempre querer es poder en la ecuación humana. Hay veces donde el no poder refleja la fragilidad de nuestros pequeños logros…
El paciente es paciente porque espera. La familia debe salir a su encuentro. Pero no debe ser, precisamente el entorno primario, sus seres queridos, IMPACIENTES.
Aunque el mundo de los opuestos es el fiel reflejo de nuestras propias contradicciones…
Pero si es así entonces, la sensación de soledad, podrá ser inicial y fácilmente combatida: el entorno primario debe ofrecer el antídoto al terrible mal: acompañar, apoyar, estimular, seguir viviendo como si , hablar, superar, y mil verbos mas en una interminable lista de presencia incondicional…
Este primer entorno debe lograr arribar a su PRIMERA ESCALA en el duro proceso de la enfermedad: el CONFIAR… Tener en quien y con quien.
Confiar es poder afirmar lo que siento. Lo que presiento. Confiar es en términos bíblicos, la exaltación del verbo EMUNA - fe en su acepción más cercana.
Cuando el amor se impone “amaras a tu prójimo como a ti mismo” solo allí, podremos seguir leyendo al final de ese versículo “Yo Soy D”s” como dijimos.
Porque el ser humano se da como una manifestación de lo divino. Pero la grandeza del hombre se revela en su poder ser humano…
Hoy nuestro fin de década asociado al fin de siglo, nos augura un porvenir de ciencia y tecnología…
Es cierto no me quedan dudas que la humanidad no habrá de perecer por falta de conocimientos; pero si puede morir por falta de cariño, de amor…
Dice el libro de Éxodo (cap 21:19) “y hará que sea cabalmente curado”. De este versículo deducimos la autorización concedida los médicos para curar, afirman los sabios del Talmud (Baba Kama 85 a)
Najmanides, sabio judeo español del siglo 13, en Gerona, escribía: “El médico no debe abstenerse de ofrecer sus servicios médicos por temor a dañar (involuntariamente) al paciente, desde el momento que se trata de un medico competente y bien preparado. Tampoco debe abstenerse alegando que solo D”s es el sanador de toda carne, porque esto pertenece al orden natural”
Nosotros, humildemente, agregamos: es parte de la cura confiar en Aquel que cura: “…Ki Ani HaShem Rofeeja” puesto que Yo D”s soy tu medico, confirma también el versículo a continuación.

III
Amor y confianza. Compañía y sostén. ¿Quedara resuelto nuestro intríngulis? Tal vez lo esté para quien vea las cosas desde el punto de vista inmediato, del “ya está”, de lo que se resuelve fácilmente… de los que a veces tienen su meta científica en reducir el alma a una cifra…
Y si entonces no está resuelto aún ¿Que le estará pasando al paciente, al hombre que espera y además confía? No dejemos de lado, por favor, las escalas siguientes…
Ahora es tiempo de Temores y Miedos. Y quiero ser cuidadoso con los términos.
Y me referiré al sentido que les concede la concepción bíblica.
Los miedos nos acompañan desde siempre, desde pequeños. Los temores, en mi humilde entender, los incorporamos a medida que crecemos, desarrollamos no solo biología anatomía y fisiología de nuestros cuerpos sino el aspecto espiritual los valores, los afectos, los vínculos.
Sentimos miedo por lo que habremos de tener de enfermo en nosotros.
Tenemos temor, por lo que habremos de perder si nuestra enfermedad no retrocede, D”s no permita.
Aquí la medicina es más que una profesión. La medicina tiene un alma y su llamado implica no solo la aplicación de conocimientos y pericia profesional, sino también la necesidad de hacer frente a una ocupación humana.
Rostand en 1939, en su “Pensamientos de un Biologista” aseveraba: “la ciencia nos hizo dioses incluso antes de que fuésemos siquiera dignos de ser hombres”. Casi 60 años después sus palabras reverberan silenciosas, suplicantes, expectantes…
¿Cómo superar estas sensaciones que confluyen a toda hora, en todo momento, a cada instante en los días del hombre sufriente?
¿Cuál es el bálsamo -si existe- para aplacar tantos dolores, impotencias, depresiones, y por qué no decirlo, hasta el mismo deseo de morir?
El médico no es solamente un dispensador de drogas, una computadora parlante.
El tratamiento de un paciente implica una actitud moral. La misma, intentaremos edificarla, para el que sufre sobre las bases de
1) la verdadera condición humana se revela en la GRATITUD “Olam Jesed Ibane” afirma el autor de los Proverbios.
2) El secreto de la existencia es la COMPRENSIÓN “como a ti mismo”: considerando la perspectiva del otro distinto a mí.
3) Y su significación, manifestada en la RECIPROCIDAD.
Creo humildemente, que los actos más pequeños, más recónditos hacen infinitamente grande al hombre. Gratitud, comprensión, reciprocidad, muestran y demuestran lo más asombroso que poseemos como seres humanos: LO QUE HAY DE LATENTE EN NOSOTROS.
IV
Así entonces planteados los aspectos que hacen al hombre enfermo, su medio, los que median entre esfuerzos, éxitos y fracasos, en tratarlo, atenderlo y por sobre todo entenderlo…
“Yo soy yo y mis circunstancias” afirma el filosofo contemporáneo. Pero ante todo soy Yo, una dimensión humana que se yergue sobre la “imagen y semejanza”, del D”s Creador del Universo. “…a imagen de Elokim lo creo al hombre”, al decir del Génesis.
No hay hombre ordinario. TODO HOMBRE ES EXTRAORDINARIO.
“Dolorem ferre, ergo sum”, sostiene el Rabino Soloveitchik –de bendita memoria- como posible version judía a la tradición cartesiana del Pienso, luego, existo. “Sufro, luego, existo” .Será la tendencia a tener en cuenta según el extinto Sabio contemporáneo.
Y entre ambos criterios, se alzan las palabras, los hechos, de un monumento al conocimiento, el médico y el filosófico, así como el religioso de Rabí Moshé Ben Mamón, Maimónides, quien en su plegaria ruega al Todopoderoso :
“…que me inspire el amor a la ciencia y a Sus criaturas…”
“…En el que sufre, hazme ver solamente al hombre…”
“…Que mis pacientes confíen en mi y en mi arte….”
“…Que yo no descienda y entienda mal lo visible y que tampoco me envanezca, porque entonces podría ver lo que en verdad no existe…”
Para finalizar:
En su lucha contra la enfermedad el médico no está solo, el paciente participa de ella, no como espectador sino como colaborador. Permítanme, por favor, recurrir una vez más a las fuentes bíblicas:
El Salmo 27 ilustra una situación muy particular. Dice el autor, un hombre: “…cuando me ataquen los malvados para devorar mi carne, mis enemigos y mis adversarios, ellos tropezaran y caerán. Aunque me haya cercado un ejército mi corazón no temerá, aunque se desate contra mí la guerra, en esto yo confió…”.
¿Cómo definir al Hombre frente a su enfermedad? Tal vez en los términos del Rey David, como en este Salmo: La enfermedad es el ataque del ejército enemigo. La cura significa el declararle la guerra y dar batalla. El médico, un general sin ejércitos. El paciente: el soldado y el mismísimo campo de batallas. La química: las armas.
Por último, la pregunta ¿Quien decide si el enemigo será derrotado por ESTRATEGIA o por el VALOR?, se preguntaba el Rabino Heschell.
Así el ser humano concebido en la Biblia, es ante todo persona, ÚNICO: “…Aquel que salva un alma en el mundo es como si salvara a toda la humanidad” afirmaban los Sabios del Talmud, que también aseveraban: “…aquel que destruye a un hombre es como si destruyese a toda la humanidad”.
De lo que podemos inferir que así como esta fuera del alcance determinar el valor de toda la humanidad, CALCULAR EL VALOR DE UN SOLO SER HUMANO ES IGUALMENTE AVENTURADO.
Es un INDIVIDUO: carácter único, con capacidad dual -DÚO- no es una combinación de cuerpo y alma sino más bien una UNIDAD DE CUERPO Y ALMA.
Esa unidad requiere un doble accionar: el de la justicia y no la moralidad. El de la Compasión y no de la Misericordia.
Porque por justicia - TSEDEK-, el judaísmo antepone el carácter único especifico de cada caso y caso. Por considerar que no hay dos iguales. Porque está en juego no solo una vida: también la dignidad con que esa vida merece ser vivida. Porque compasión significa RAJAMIM, en hebreo y comprende el sentido de REJEM, el útero materno= Toda la vida, la protección, el entorno. Y para con el enfermo hay que sentir RAJMANUT, no MISERICORDIA, palabra latina que significa cuchillo pequeño, una suerte de daga: aquella que se usaba para terminar con el oponente, una vez torturado y desangrado, cuando el publico circense se cansaba de verlo sufrir: allí se cortaba con la miseria, allí la misericordia…
Rabí Moshe ben Mamón -Maimónides- el sabio medico cordobés, prologaba su plegaria de la siguiente manera:
“Ahora me dispongo a cumplir la tarea de mi profesión.
Asísteme Todopoderoso, para que tenga éxito en la gran empresa.
Que me inspire el amor a la ciencia y a Tus criaturas.
Que en mi afán no se mezcle la ansiedad del dinero y el anhelo de gloria o fama, pues estos son enemigos de la verdad y del amor al hombre y me podrían llevar a errar en mi tarea de hacer el bien a Tus criaturas. Conserva las fuerzas de mi cuerpo y de mi alma para que siempre y sin desmayo este dispuesto a auxiliar y asistir al rico y al pobre, al bueno y al malo, al enemigo y al amigo.
En el que sufre, hazme ver solamente al hombre…”



HACIA UN PARADIGMA HUMANISTA EN ENFERMERÍA EN LA VISIÓN DEL ENFERMO TERMINAL

MgSc. Profesora Asociada. **MgSc. Profesora Instructor. ***Doctora en Enfermería. Profesora Titular Jubilada. Escuela de Enfermería. Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Carabobo. Valencia. Venezuela.
Palabras clave: enfermo terminal, cuidados, Enfermería.
RESUMEN La visión que debe tener el equipo de salud, en el que se encuentra la enfermera, hacia el enfermo terminal debe ir dirigida hacia el respeto a su dignidad como persona humana, por sus características de individualidad y complejidad que lo hacen responder de forma impredecible a las circunstancias de la vida. En el caso del enfermo terminal se hace necesario que la enfermera asuma una actitud madura, empática, manifestada a través de la compasión por el sufrimiento de este enfermo, ponerse en su lugar ante el temor a la muerte como un hecho desconocido del que se siente débil y vulnerable. El cuidado al enfermo terminal requiere que el equipo de salud y sus allegados lo traten hasta el final con respeto, amor y empatía, por lo tanto este personal requiere una formación sólida en ética para su actuación moral, lo que le permitirá identificar, analizar y reflexionar en forma adecuada, y decidir alternativas ante cualquier decisión en el cumplimiento de sus funciones. Es fundamental reflexionar sobre el cuidado humano que estamos ofreciendo al enfermo terminal cada uno de nosotros en los momentos actuales, ya que el cuidado como una condición humana debe constituir un imperativo moral en la atención del enfermo terminal. El personal que labora en ciencias de la salud debe aceptar que la finitud o terminalidad de la vida no es una desgracia, es una etapa irremediable del ser humano, y la dignidad humana debe estar presente hasta el último segundo de vida en este mundo que el creador nos permite.
Es necesario, estar en concordancia con la tecnología, con la ciencia, pero sin perder la perspectiva de las otras personas, es decir la espiritualidad. La ciencia aplicada a beneficio del hombre e impregnada de sabiduría.

INTRODUCCIÓN
Las instituciones de salud constituyen el escenario donde se desempeñan un grupo de profesionales especialistas en determinadas áreas del conocimiento que bajo un modelo biomédico orientan sus actividades hacia determinados sistemas que estructuran el cuerpo humano. Entre estos profesionales se encuentra la enfermera que es la persona que más tiempo permanece con el paciente y quien le proporciona todos los cuidados para ayudarlo a satisfacer sus necesidades.
Durante el cuidado que la enfermera ofrece al enfermo que está en etapa de finalización de su vida se hace imperativo el respeto a su dignidad como persona humana ya que posee una serie de derechos que deben ser atendidos. El personal de salud siempre debe tener presente que cada enfermo terminal es único e irrepetible y necesita una atención personalizada, única, lo que va a facilitar que éste tenga una muerte digna y en paz.
Por tanto, se hace necesario realizar la presente revisión teórica donde se plasman algunos aspectos que puedan orientar hacia una visión más humana en el cuidado que ofrece la enfermera al enfermo que está en etapa de finalización de su vida.

LA ESENCIA DE ENFERMERÍA EN EL CUIDADO DEL ENFERMO TERMINAL
El paradigma médico clásico llamado Newtoniano, cartesiano, resulta insuficiente a partir del momento en que el hombre es visualizado como una gran unidad. En el paradigma emergente se impone una visión interdependiente del paciente, de sus componentes físicos, psíquicos, sociales y ambientales lo cual lo hace ser complejo1. En consecuencia, el hombre debe ser considerado como un sistema, donde cada una de sus partes están interrelacionadas, lo que significa que el comportamiento de cada parte va a depender del estado de todas las partes ya que todos están interconectadas.

El cuidado que la enfermera ofrece al enfermo terminal debe ser entendido como un acto de interacción humana, significativo, y mediante esta interrelación la enfermera debe considerar al enfermo como un ser holístico, que está interconectado con todos sus elementos, que es dinámico e impredecible en cada una de sus respuestas que puede ofrecer ante elementos externos.

La enfermera cuidadora debe acercarse al mundo del otro para comprenderlo y desde allí fortalecerlo en su propia capacidad de cuidado; para esto, la enfermera debe reconocer su propia vida, la propia percepción para extraerla del análisis de la experiencia del otro, evitando darle su propia interpretación2. Enfermería como profesión debe comenzar a reflexionar sobre nuevas formas de producir saberes que vayan más allá de lo lineal, de lo cartesiano; enfermería, como ciencia humana, debe poner énfasis en las relaciones humanas y comprender la relación del hombre con su ambiente, y cómo ,en un momento determinado, se puede ver afectada su salud.

La enfermera como cuidadora incluye en su práctica profesional actividades que protegen la dignidad del individuo, así como también conocimientos y sensibilidad hacia lo que es importante para los pacientes. La enfermera debe apoyar al paciente mediante actitudes y acciones que muestren interés por su bienestar y su aceptación como persona, y no meramente como un ser mecánico3. En consecuencia, la enfermera no se puede reducir sólo a técnicas actuando de manera mecanicista, sino que su actuación debe ir más allá donde se incluya el afecto, la empatía y el respeto al enfermo.

Todo esto, de una u otra forma está contenido en los derechos del enfermo terminal, lo cual es fundamental que el equipo de salud considere durante la atención que ofrece a este enfermo, en especial la enfermera, que es la responsable de ofrecer los cuidados asistenciales que comprenden la higiene personal, la alimentación, el cambio de posiciones corporales, la aspiración de secreciones endotraqueales, las curas de heridas, entre otras actividades que se convierten en necesidades básicas para el enfermo terminal.

DERECHOS DEL PACIENTE EN ESTADO TERMINAL
Al hacer referencia a los derechos de los enfermos terminales, el Código de Deontología Médica, en el capítulo cuarto de título II, dedica once artículos a señalar la conducta moral que el médico debe asumir frente al enfermo terminal. Allí se señala el derecho irrenunciable del paciente a recibir atención, a ser debidamente informado sobre la verdad de su padecimiento si así lo solicita. El derecho a que se respeten sus ideas y creencias. El derecho a ser atendidos por profesionales competentes. El derecho a determinar la información que puede ser revelada después de su muerte. El derecho a que se le garantice la dimensión humana en sus últimos cuidados profesionales, sin renunciar al alivio del sufrimiento para evitar el uso de medidas extraordinarias de mantenimiento de la vida4.

Considerando lo expuesto por los autores sobre los derechos del paciente en estado terminal se concluye que el equipo de salud trabaja con personas y éstas son el punto focal de su atención. Como profesionales de la salud, el médico y la enfermera aceptan la responsabilidad que implica el tomar decisiones y acciones durante el cuidado de los enfermos, y es durante este cuidado cuando se presentan dilemas éticos; a menudo estas cuestiones éticas no tienen una respuesta fácil y sencilla, es por esto que se hace imperativo que la persona que labora en la salud utilice la capacidad de razonar y la capacidad de sentir empatía hacia los demás, lo que facilitará responder éticamente en un momento dado. Esto implica que la enfermera debe prestar hasta el final, con competencia y compasión, los cuidados al paciente moribundo.

Tanto la muerte como el nacimiento, constituyen los contornos de la existencia humana y son fuente inagotable de reflexiones acerca de la naturaleza humana y su finalidad. Nacimiento y muerte, en la modernidad, merecen la mayor atención ética toda vez que han dejado de ser sucesos naturales para convertirse en artificiales por manipulación tecnocientífica5. Es necesario que el personal que labora en Ciencias de la Salud, en especial los profesionales de Enfermería, reflexionemos sobre la necesidad de reconocer que los enfermos en etapa terminal tienen el derecho a una muerte digna y donde además de las acciones profesionales tendentes a mantener las constantes vitales, la mecánica corporal, la higiene y confort, el cumplir la terapia medicamentosa (cuidados paliativos) también requiere otras acciones de cuidado dirigidos a tratar su dimensión emocional y espiritual, pues hay que tener siempre presente que la persona como ente integral (soma, mente y espíritu) escucha, piensa, siente y percibe todo lo que gira a su alrededor.

Proporcionar un cuidado humanístico al enfermo terminal es valorarlo como persona, como sujeto del cuidado. Es establecer una relación interpersonal entre la persona cuidada y el profesional de Enfermería, donde la presencia física de este ha de ser significativa, demostrando una actitud de tolerancia, sensibilidad, empatía, apoyo, respeto, compañía auténtica hacia la persona que está en etapa de finalización de sus días.

Es fundamental reflexionar sobre el cuidado humano que estamos ofreciendo al enfermo terminal cada uno de nosotros en los momentos actuales, ya que el cuidado como una condición humana debe constituir un imperativo moral en la atención del enfermo terminal.

El personal que trabaja en ciencias de la salud debe aceptar que la finitud o terminalidad de la vida no es una desgracia, es una etapa irremediable del ser humano, y la dignidad humana debe estar presente hasta el último segundo de vida en este mundo que el creador nos permite.

Es deber moral como docentes y enfermeras asistenciales plantearnos las siguientes interrogantes que quizás nos orienten hacia un paradigma humanista en la visión del enfermo terminal:
· ¿Debe existir una selección cuidadosa del aspirante que desea cursar estudios de Enfermería?
· ¿Es necesario comenzar una educación orientada hacia el eje humanístico desde la edad preescolar que incluya la solidaridad, el respeto, el amor a la naturaleza, la paz como un macrovalor, y la tolerancia en las relaciones interpersonales para fomentar el respeto a hacia las personas?
· ¿Es urgente la incorporación de asignaturas como la ética, filosofía en los pensum de estudios de pregrado en ciencias de la salud donde se focalice la enseñanza hacia el respeto a la dignidad humana?.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. ORCAJO, Ángel (2005). Positivismo y Neo-Positivismo en los Paradigmas de la Ciencia. Material Mimeografiado. Pág 10.
2. SÁNCHEZ, Beatriz (2000). Cuidado y Práctica de Enfermería. Grupo de Cuidado. Facultad de Enfermería. Editorial UNIBIBLOS. Universidad Nacional de Colombia. Bogota. Pág: 25 - 26.
3. KOZIER, Bárbara; ERB, Glenora y OLIVIERI, Rita (2001). Enfermería Fundamental. Conceptos, Proceso y Práctica. Editorial Mc.Graw Hill. Vol. I. 4ª Edición. Pág. 19.
4. CONTRERAS, Floreal (2003). Principio de Deontología y Legislación Médica. Guía de Estudio. Maracay, Venezuela. Pág. 14.
5. CELY, Gilberto (2004). Ethos Vital y Dignidad Humana. Colombia. Colección Bioética. 1ª Edición. Pág.87.