lunes, 5 de mayo de 2008

“YO NO SOY CULPABLE, SOLO ESTOY ENFERMO”


por Bert Thompson, Ph.D.

INTRODUCCIÓN
Durante la década de 1970, uno de los comediantes más populares en la televisión norteamericana fue Flip Wilson. En su repertorio de personajes ficticios, él a menudo interpretaba a un ama de casa franca con el nombre de Geraldine. Cuando Geraldine se equivocaba al hablar, se le escapaba un insulto, o cuando cometía otra metedura de pata (como ella a menudo lo hacía), su réplica clásica cuando se le cuestionaba era gritar con una voz alta y chillona, “¡El diablo me hizo hacerlo!”. Como un comediante en posesión de talento innato, fenomenales vestuarios, y maquillaje imponente, Flip Wilson podía cambiar la situación de Geraldine en una risa de rutina ganadora de un premio. Nada era jamás la culpa de Geraldine, ya que ella siempre tenía a alguien sobre quien podía culpar su aprieto, a pesar de cuán extremo pudiera haber sido el aprieto. Su refrán, “El diablo me hizo hacerlo”, le absolvía de cualquier culpa en absoluto—y así ella quería que la audiencia creyera.

La verdad debe ser dicha, Flip Wilson casi nunca inventó material “original” para sus líneas cómicas. Desde el alborear de la creación, el hombre ha buscado colocar la culpa de sus propias acciones equivocadas a los pies de alguien más. El hombre siempre ha necesitado un chivo expiatorio para llevar su carga de culpabilidad y su vergüenza inexorable—la responsabilidad de lo que él no tenía intención de llevar por sí mismo. Eva, el primer ser humano en llevar culpa y vergüenza, buscó excusarse de su violación a los mandamientos de Dios al sugerir, “La serpiente me engañó, y comí” (Génesis 3:13). O, para usar las palabras de Geraldine, “¡El diablo me hizo hacerlo!”.

No obstante, mientras que su marcha a través de la historia progresaba, el hombre aprendió que él podía desenvolverse mejor si culpara a algo—o mejor todavía, a alguien—que tuviera una naturaleza corporal. Llegó a ser pasado de moda el sugerir que un espíritu meramente invisible podía causar tanto problema, o cargar suficiente responsabilidad en alguna manera como para reparar tal problema. Por ende, llegó a ser popular para el hombre culpar sus fallas no al diablo, pero en cambio a su prójimo.

El primer rey de Israel trató esta estratagema. El profeta Samuel había transmitido a Saúl las instrucciones de Dios concernientes a la destrucción de los Amalecitas (1 Samuel 15:1-3). Pero en vez de obedecer a los mandamientos de Dios, él conservó a su rey, Agag, y parte de su ganado. Cuando Samuel le preguntó por qué había desobedecido, Saúl dijo: “el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos” (1 Samuel 15:15, énfasis añadido). Saúl no solamente trató de transferir la culpa de su error, sino simultáneamente intentó explicar su desobediencia al sugerir que él actuó como lo hizo por razones de adoración a Dios. Hasta donde sabía, él podía perdonar algo del ganado para sacrificarlo en adoración a Jehová. En otras palabras, el fin justificó los medios.
Tanto la historia profana y sagrada está repleta con ejemplos de aquellos que buscaron transferir la culpa de sus propios errores o delitos a alguien más. Anna Russell representó este sentimiento en su “Physchiatric Folksong” (“Canto Folklórico Psiquiátrico”):

A la edad de tres tuve un sentimiento deAmbivalencia hacia mis hermanosY así resulta naturalmenteQue yo envenené a todos mis amantes.Pero ahora yo soy feliz; he aprendidoLa lección que esto me ha enseñado,Que todo lo que hago que está equivocadoEs la culpa de alguien más(como citado en Zacharias, 1994, p. 138). Pero, así como en un punto del pasado no llegó más a ser deseable sugerir que “El diablo me hizo hacerlo”, ahora ha llegado el tiempo cuando ya no es más popular sugerir que nuestros prójimos (“el pueblo” para usar las palabras del Rey Saúl) deberían llevar la carga de nuestra culpa o vergüenza. Aparentemente “la gente” se ha cansado de jugar al chivo expiatorio. Tal vez existía simplemente demasiada inculpación, demasiada culpa, y demasiada vergüenza cerca. Todos ya tenían su parte considerable. Un nuevo depósito de inculpación, culpa y vergüenza se necesitaba. Por tanto, nació el refrán, “¡Yo no soy culpable, solo estoy enfermo!”.

“NO CULPABLE, SOLO ENFERMO”
Casi al mismo tiempo que Flip Wilson estaba haciendo famoso el grito lastimero de Geraldine, “¡El diablo me hizo hacerlo!”, varios pensadores serios estaban notando que algo en el código moral humano había salido mal. Uno por uno, lento pero seguro, llamaron nuestra atención al hecho de que una palabra singular, y el concepto de la responsabilidad personal que ésta representaba, parecía haberse desvanecido de nuestro vocabulario. Esa palabra única—faltando notoriamente en las descripciones dadas anteriormente de gente que había cometido “errores”, “injusticias”, o “delitos”—era “pecado”. En el proceso de encontrar a alguien más para culpar, nosotros simultáneamente nos despojamos de la habilidad de que realmente habíamos pecado.
Una de las primeras voces en tratar de restaurar un reconocimiento del concepto del pecado, y el reconocimiento de la responsabilidad personal que esto requería, fue el renombrado psiquiatra Karl Menninger. En 1973, el Dr. Menninger escribió su trabajo ahora-famoso, Whatever Became of Sin? (¿Qué Llegó a Ser del Pecado?), en el cual escribió:

Los seres humanos han llegado a ser más numerosos, pero escasamente morales. Ellos están ocupados, viniendo y yendo, obteniendo y perdiendo, peleando y defendiendo, creando y destruyendo... Ellos ahora se comunican con otros en mil maneras, rápido y lento; se transportan rápidamente sobre la tierra, el mar, y a través del aire... Ésta ha llegado a ser la época de la tecnología, incontrolable y triunfante. Nos jactamos de nuestros inventos, innovaciones, y dispositivos... Y mientras obtenemos y acumulamos, nos jactamos y desafiamos... De repente, despertamos de nuestros sueños placenteros con una comprensión espantosa de que algo estaba equivocado...

En todos los lamentos y reproches hechos por nuestros videntes y profetas, uno echa de menos la palabra “pecado”, una palabra que solía ser un lema verdadero de los profetas. Esta fue una palabra una vez en la mente de todos, pero ahora raramente escuchada. ¿Significa esto que ningún pecado está implicado en nuestros problemas?... ¿No es alguno nunca más culpable de algo?... Todos nosotros admitimos la ansiedad y la depresión, e incluso los sentimientos vagos de culpa; pero ¿no ha cometido nadie algún pecado? En efecto, ¿dónde se fue el pecado? ¿Qué pasó de éste? (1973, pp. 4,5,13, énfasis en original).

El Dr. Menninger comenzó su libro con la tesis que “la desaparición de la palabra ‘pecado’ implica un cambio en la asignación de la responsabilidad de lo malo” (1973, p. 17). Siguiendo la definición de Webster, él observó que “El pecado es la transgresión de la ley de Dios; desobediencia de la voluntad divina; fallo moral. El pecado es el fracaso de darse cuenta en conducta y carácter del ideal moral, a lo menos tan completamente como sea posible bajo circunstancias existentes; fracaso para hacer como uno debe hacer hacia su prójimo” (1973, pp. 18-19). Él luego lamentó:
No es seguramente nada nuevo que los hombres quieran evitar reconocer sus pecados o incluso pensar acerca de estos. ¿No es ésta la historia religiosa de la humanidad? Tal vez nosotros somos solamente más charlatanes hoy en día y estamos equipados con más eufemismos... La enfermedad y la cura han sido los lemas del día y se dice poco acerca del egoísmo o culpabilidad o la “brecha de la moralidad”. Y ciertamente ¡nadie habla acerca del pecado! (pp. 24,228).

La evaluación del problema hecho por Menninger en 1973 no solamente fue correcto, sino también anunciador. Nosotros escaseábamos diablos y prójimos sobre los cuales podríamos amontonar la culpa de nuestras equivocaciones. Los errores habían llegado a ser tantos, y los chivos expiatorios tan pocos. Era tiempo para “un cambio en la asignación de la responsabilidad de lo malo”, para usar las palabras del doctor. Lo que se necesitaba era una manera de escapar completamente de la culpa, sin tener que amontonarla sobre alguien más. Tal proceder haría innecesaria la tarea desagradable de apuntar con el índice, mientras que a la misma vez absolvería la culpa de cualquier responsabilidad personal. Y así, nosotros decidimos culpar nuestros defectos no sobre un espíritu incorpóreo, o incluso sobre aquellos alrededor nuestro. En cambio, simplemente nos declaramos “enfermos”, y como el Dr. Menninger correctamente observó, la “enfermedad” entonces llegó a ser el lema del día.

Raros eran aquellos que no pudieran encontrar una “enfermedad” que les garantizara la absolución, por completo o en parte. Richard Berendzen, presidente de la Universidad Americana, fue sorprendido haciendo llamadas telefónicas obscenas. Él clamó que había sido una víctima de abuso infantil, y se registró en un hospital para “tratamiento” (otra palabra, como el Dr. Menninger anotó, que había llegado a ser un “lema” de nuestro tiempo). Robert Alton Harris, un asesino convicto de dos chicos de dieciséis años, explicó a la corte que él no era el culpable, sino la victima, ya que él había sido programado en útero—como resultado del síndrome de alcohol fetal—ser violento. Dan White, un supervisor de San Francisco, asesinó al alcalde de la ciudad y a otro supervisor. Él clamó que no era responsable por sus acciones porque su adicción a la comida basura nubló su juicio, causándole por eso el volverse violento en una manera que no pudo controlar (esto llegó a ser conocido en círculos legales como la defensa “Twinkie”). Lyle y Erik Menendez planearon los asesinatos premeditados de sus padres, admitieron el crimen, y luego reclamaron el cargo de víctimas, sugiriendo que habían reaccionado por el maltrato y abuso de sus padres insensibles.

Mientras la lista de “enfermedades” continuaba creciendo, estas comenzaron a asumir una propia vida, cubriendo no solamente hechos ilegales, sino prácticamente toda faceta de la existencia humana. La gente estaba “enferma” porque había sido discriminada respecto a prácticamente todo—desde el tener sobrepeso hasta el estar demasiado anciano. O ellos estaban “enfermos” por algo que sus padres hicieron antes que nacieran. O ellos estaban “enfermos” porque su medio ambiente los hizo así. En su libro, A Nation of Victims (Una Nación de Víctimas), Charles J. Sykes, un ex reportero del Diario Milwaukee y editor de la Revista Milwaukee, abordó este concepto:
Mientras llega a ser cada vez más claro que la mala conducta puede ser redefinida como enfermedad, los números crecientes de enfermos nuevos han acudido a grupos como los Jugadores de Azar Anónimos, Adictos a las Píldoras Anónimos, S-Anon (“familiares y amigos de adictos al sexo”), Nicotina Anónima, Emociones Juveniles Anónimas, Padres Solteros Anónimos, Salud Emocional Anónima, Deudores Anónimos, Adictos al Trabajo Anónimos, Trastornos Duales Anónimos, Apaleadores Anónimos, Víctimas Anónimas, y Familias de Abusadores sexuales Anónimas...

En el lugar de lo malo, la sociedad terapéutica ha sustituido la “enfermedad”, en el lugar de la consecuencia, ésta urge terapia y entendimiento; en el lugar de la responsabilidad, ésta urge por una personalidad dirigida por los impulsos...
Las celebridades compiten unos con otros en confesar historias gráficas de abusos que sufrieron como niños, mientras los talk shows (programas de entrevistas) de la televisión tienen como protagonistas a un desfile de víctimas que oscilan desde obesas víctimas de incesto hasta discapacitados adictos al sexo.

La disfunción es, en todo respecto, una industria creciente... Desde los adictos de South Bronx hasta los auto-titulados atropellados emocionalmente del Lado Este Superior de Manhattan, el lema de las víctimas es el mismo: Yo no soy responsable; ésta no es mi culpa (1992, pp. 9,13,12,11, énfasis en original). Todos—no solo asesinos y violadores—ahora podían clamar ser victimas. Nosotros estamos “enfermos”, no somos responsables, y no debemos ser culpados. Así sugiere la percepción común actual y políticamente correcta. Mientras Sykes continuaba su examen de esta tesis, sugirió: La vida americana está caracterizada cada vez más por la insistencia lastimera, Yo soy una victima... El Himno Nacional ha llegado a ser El Quejido... Ahora atesorado en la ley y la jurisprudencia, el victimismo está dando nueva forma a la fábrica de la sociedad, incluyendo a las pólizas de empleo, la justicia criminal, la educación, la política urbana, y, un énfasis orweliano cada vez más creciente en la “sensibilidad” en el lenguaje. Una comunidad de ciudadanos interdependientes ha sido desplazada por una sociedad de individuos resentidos, en competencia y auto-interesados que han vestido su molestia personal con el atavío del victimismo. El victimismo obviamente funcionó... (pp. 11,15,80, énfasis añadido).

En efecto, el victimismo sí funciona—a lo menos por dos razones. Primero, si la gente puede ser representada convincentemente como victimas de una enfermedad, un mal, o una adicción, esto puede, sugiere Stanton Peele en su libro, The Diseasing of America (La Enfermedad de América), “legitimar, reforzar, y excusar los comportamientos en cuestión—convenciendo a la gente, contrario a toda evidencia, que su comportamiento no es el suyo. Mientras tanto, el número de adictos y aquellos que creen que no pueden controlarse a sí mismos crece constantemente” (1989, p. 28). Segundo, generalmente hablando es la naturaleza humana el mirar con lastima a aquellos que no pueden prevenir o corregir su propia condición lamentable. Como Sykes ha sugerido: “Desde luego, los americanos tienen una larga tradición de condolencia por el oprimido; la compasión por el menos afortunado ha sido siempre una marca de la decencia y moralidad fundamental de una nación” (p. 12).

Por tanto, ahora nos encontramos en una era donde prácticamente toda acción humana puede ser explicada por la declaración, “Yo no soy culpable, solo estoy enfermo”. Desafortunadamente, en ocasiones, la comunidad científica/médica ha exacerbado la situación (aunque no siempre intencionalmente) al prestar credibilidad a la idea de que una presunta víctima no es responsable por sus acciones debido a los hechos—algunas veces físicos, algunas veces mentales—sobre los cuales él/ella en el fondo no tiene control. Por ejemplo, se ha sugerido que el alcoholismo es una condición heredada que produce resultados completamente más allá del control de la persona que afecta. Esto tiene implicaciones personales significativas, también como sociales. Pocos defenderían que una persona debería cargar la responsabilidad o culpa, por haber nacido con Síndrome de Down. Tal acontecimiento no es la “culpa” de esa persona. Ni debería ser asignada ninguna responsabilidad al alcohólico, es sugerido, debido al hecho de que puede haber una causa fundamental, genética similar.

La batalla sobre si el alcoholismo debería ser calificado como una “enfermedad” o no ha sido larga y escandalosa. Algunos investigadores abogan el punto de vista que ciertos individuos poseen una “predisposición genética” al alcoholismo; otros niegan tal predisposición genética. Como Sykes ha anotado:
En el mejor de los casos, la investigación científica por una causa definitiva física o biológica del beber incontrolable ha sido inconclusa. Aunque algunos expertos insisten que el alcoholismo en efecto es genéticamente fundamentado, otros, igualmente firmes, o niegan el enlace biológico, o insisten que éste ha sido grandemente exagerado. Sin embargo, la definición de alcoholismo como una enfermedad, alardeado por una red creciente de profesionales de ayuda, instituciones de tratamiento alcohólico, y grupos relacionados, ha ganado aceptación generalizada... Si alguien que toma excesivamente está enfermo, entonces la noción de responsabilidad moral llega a ser altamente problemática (pp. 136, 147).

El mismo razonamiento se aplica a otros males. Además de los ejemplos mencionados anteriormente que pretenden absolver a una persona de la responsabilidad (e.g., síndrome de alcohol fetal, la defensa “Twinkie”, etc.), ahora ha llegado a ser popular el explicar los problemas de una persona a través del uso de las “memorias reprimidas”. La idea detrás del síndrome de la memoria reprimida es que una persona actúa como lo hace debido a eventos que ocurrieron hace mucho tiempo atrás, las memorias de lo que ha sido “reprimido” en su mente. A través del uso de la terapia psicológica, un consejero “libera” estas memorias antes reprimidas, proveyendo por ende la respuesta a las acciones o situaciones del tiempo presente, y proveyendo posiblemente la base para una cura o solución.

No obstante, los casos genuinos de memorias reprimidas que causan problemas psicológicos pueden ser más pocos de lo que la opinión de moda sugiere. Elizabeth Loftus, una crítico franca del uso incorrecto de la terapia de la memoria reprimida, ha sugerido que “la presión para encontrar memorias puede ser muy grande” (1995, 19:25). Loftus también observó:
Una encuesta reciente de psicólogos de nivel doctoral indica que tantos como un cuarto pueden encubrir creencias y dedicarse a actividades que son cuestionables. El hecho de que estas clases de actividades puedan y en efecto algunas veces guíen a memorias falsas parece ahora ser indiscutible. El hecho de que estas clases de actividades puedan crear víctimas falsas, como también verdaderos heridos, parece ahora ser también indiscutible (19:24).

Aunque Loftus, y otros como ella, no deseen “tirar las frutas frescas con las maduras” al sugerir que no existen tales cosas como las memorias genuinas reprimidas, ellos exhortan a la prudencia a cada paso para que ni el terapeuta ni el paciente sea tentado a “inventar” memorias simplemente por la búsqueda del “sentirse mejor”. Como Loftus ha anotado acerca de varias clases de reclamaciones basadas sobre memorias reprimidas, “...no todas las reclamaciones son verdaderas” (19:28; vea también Bower, 1993a, 1993b).

CONCLUSIÓN—LA RESPUESTA BÍBLICA
El uso creciente de la excusa, “Yo no soy culpable, solo estoy enfermo”, para absolver una responsabilidad moral para las acciones debería ser de interés para cada cristiano, como debería ser la idea de que la gente no puede llevar responsabilidad debido al hecho de que ellos son “victimas” de sus padres, su ambiente, o sus predisposiciones genéticas. Concerniente a la idea de que la culpa siempre debe ser colocada en algún otro lugar, Sykes ha remarcado,
...es una fórmula para el embotellamiento social; la búsqueda irresistible por alguien o algo que culpar que está en conflicto con la indisposición inmovible para aceptar la responsabilidad... Si todos son víctimas, entonces nadie lo es. Pero es cada vez más obvio que el victimismo ha llegado a ser demasiado plausible, demasiada explicación patente para todo lo que nos aflige (pp. 15,18).
Por tanto, Sykes ha sugerido que es tiempo para una “moratoria sobre la culpa” ya que la “culpa ha llegado a ser la excusa de todo-uso para no hacer nada. Es tiempo de dejar la muleta” (p. 253). Pero ¿cómo puede ser eso logrado? Y ¿cuál debería ser nuestra respuesta al concepto de “no culpable, solo enfermo”?

Primero, la gente debe aceptar la idea de responsabilidad personal (Romanos 14:12), a pesar de las tendencias en la sociedad por lo contrario. Con respecto a esto, Winford Claiborne ha preguntado: “¿Cuándo vamos a despertar a la verdad de que somos producto de nuestras propias elecciones y debemos pagar las consecuencias?... ¿Qué le ha pasado a la responsabilidad humana en América?” (1995, p. 100). Sykes sugirió la misma cura cuando escribió: “Reconocer nuestra propia responsabilidad y la necesidad de parar de culpar a otros es el primer paso para desmantelar la cultura del victimismo” (p. 253).

Segundo, nosotros no podemos, con impunidad, pasar por alto el hecho de que cada persona responsable fue creada por Dios con libre albedrío. Las Escrituras son claras en este punto. Cuando Jesús se dirigió a los fariseos en Juan 5:39,40, les dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida”. Los fariseos pudieron haber venido a Cristo en obediencia humilde, pero ellos libremente escogieron no hacerlo.

Tercero, ya que fuimos creados con la habilidad de hacer nuestras propias elecciones, cada persona consciente tiene la responsabilidad de escoger sabiamente y correctamente. Y la mayoría de gente sabe eso por simple sentido común, como Sykes ha anotado:
En algún nivel de nuestra existencia, todos sabemos que algo se requiere de nosotros, por mucho que queramos deshacernos de esto. Instintivamente y racionalmente, nosotros sabemos nuestras responsabilidades; nosotros sabemos que no estamos enfermos cuando estamos simplemente débiles; nosotros sabemos que otros no deben ser culpados cuando hemos errado; nosotros sabemos que el mundo no existe para hacernos felices (p. 255).
Es inútil culpar al diablo, a nuestros prójimos, a nuestros genes, o al ambiente de nuestra juventud por los problemas que nos causamos a nosotros mismos a través de las malas elecciones. Por ejemplo, incluso si fuera verdad que existe alguna predisposición biológica al alcohol, nadie le obliga al alcohólico a tomar el primer trago, o a continuar bebiendo. Aunque la elección de no tomar pueda ser difícil, y aunque requiera asistencia médica, no obstante, la elección está disponible.

Sin tener en cuenta si las “predisposiciones genéticas” hacia ciertas condiciones sí existan, y sin tener en cuenta si malas cosas nos pasaron en nuestro pasado “olvidado”, todavía el hecho permanece siendo que ningún día pasa sin que tengamos que hacer elecciones personales. Algunas veces esas elecciones son bastante fáciles; algunas veces éstas son terriblemente difíciles. Y más a menudo, son las elecciones que hacemos las que afectan mayormente nuestras vidas. Nadie tiene que vivir en pecado. De hecho, el apóstol Pablo, después de enumerar varias condiciones pecaminosas, escribió de los cristianos en Corinto en el primer siglo: “Y estos erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11; énfasis añadido). Puede ser difícil transformar nuestras vidas a la imagen de Cristo, pero no es imposible. Las predisposiciones genéticas (si éstas sí, de hecho, existen), o las condiciones ambientales, pueden hacer nuestras elecciones más difíciles, pero éstas no nos roban la habilidad de hacer la elección correcta.

REFERENCIAS
Bower, Bruce (1993a), “Sudden Recall,” Science News, 144[12]:184-186, September 18.
Bower, Bruce (1993b), “The Survivor Syndrome,” Science News, 144 [13]:202-204, September 25.
Claiborne, Winford (1995), “Charles J. Sykes’ A Nation of Victims: A Book Review,” Family, Church, and Society Restoration and Renewal, ed. David L. Lipe (Henderson, TN: Freed-Hardeman University).
Loftus, Elizabeth (1995), “Remembering Dangerously,” Skeptical Inquirer, 19[2]:20-29.
Menninger, Karl (1973), Whatever Became of Sin? (New York: Hawthorn Books).
Peele, Stanton (1989), The Diseasing of America (Lexington, MA: Lexington Books).
Sykes, Charles J. (1992), A Nation of Victims: The Decay of the American Character (New York: St. Martin’s Press).
Zacharias, Ravi (1994), Can Man Live Without God (Dallas, TX: Word).
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